El club Trébol de Paysandú es el nuevo campeón uruguayo de rugby. Su triunfo marca un antes y un después en el desarrollo de los deportes colectivos a nivel nacional. Esta afirmación puede parecerte una exageración; te aseguro que no lo es.
En el 2016, la dirigencia del club sanducero se propuso contratar a un técnico capacitado para desarrollar el rugby formativo y entrenar y dirigir al equipo principal. Se realizó un ofrecimiento a Martín Mendaro, uno de los mejores jugadores con los que contaban Los Teros de los mundiales de 1999 y 2003, que llegó a jugar profesionalmente en Francia y que, una vez retirado y formado como entrenador, había realizado muy buenos trabajos en Carrasco Polo —su club de origen— y las selecciones de formativas. El proyecto de potenciar a la institución, la claridad de los objetivos en la dirigencia, el ofrecimiento de un contrato por cuatro años sedujeron a la familia Mendaro (Martín, su esposa y dos hijos). Fue así que la familia cerró su negocio montevideano y se trasladó al litoral. Claro que —y es lo que suele hacer la diferencia— sin la pasión por el rugby de todos los involucrados nada de esto se hubiera planteado.
En el 2017 empezó el trabajo. Abarcó escuelitas, las divisiones formativas y el equipo absoluto. Se compitió en los torneos de la Unión de Rugby y también, cosa que no es menor, con los equipos del litoral argentino. En el 2018, el desarrollo de sus formativas fue notorio, y la mejor organización del plantel principal permitió presentar un equipo en el torneo nacional y otro en una competencia del país vecino.
Trébol es una institución que abarca y representa a su departamento trabajando y compitiendo en formativas y mayores a nivel nacional y, de cierta manera, también internacional. Lo ya dicho: un antes y un después.
Estoy convencido de que, adaptándose a las diferentes realidades, este es el camino que el básquet debería seguir para crecer fuera de la capital. Así, quizás un día la Liga Uruguaya deje de ser el viejo y querido Federal del siglo pasado.
Un departamento que tenga actividad clubista de formativas podría organizar selecciones de cada categoría y competir en los torneos de Montevideo, que no son otros que los de la Federación. Un fin de semana jugaría afuera y el otro de local. Y una vez involucrada la familia —que es una de las consecuencias de los buenos trabajos de formativas—, captando, incluyendo y dando un sentido de pertenencia, ya habría una base sobre la cual construir un equipo de liga.
Claro que habría muchas instancias por resolver. Ese es el trabajo. Pero los chicos ya no tendrían que emigrar a los clubes de la capital y la afición se sentiría representada por ellos, lo que facilitaría la búsqueda de ingresos y hasta es posible que atrajera a auspiciantes que tuvieran tanto interés en el retorno publicitario como en el desarrollo social.
Promover una intensa actividad clubista departamental, de donde se formarían selecciones para competir ida y vuelta todo el año, esperar el desarrollo de los chicos e intentar llegar a la Liga. Parece fácil, puede ser imposible. Me consta que el éxito de Trébol de Paysandú tiene sus secretos.
En la institución campeona del rugby uruguayo —el deporte que más ha crecido en la última década—, presidente, vicepresidente, directivos, colaboradores son confundibles con padres o abuelos que van a buscar a los nenes al club. Bajo perfil, anónimos, poseedores de una humildad y empatía muy particulares, han profesado un respeto incondicional a los lineamientos del profesional que contrataron. En pocas palabras, un grupo de ganadores. Ganadores de los que no precisan ganar para serlo.