La Liga Uruguaya 2009-2010, con la predecible eliminación de las instituciones del interior —Anastasia, Cader y Ferro—, ha finalizado. Ahora, diez equipos capitalinos jugarán un Torneo Federal que clasificará a los primeros ocho a los play-off. La incógnita es cuándo empezará el Torneo de la Costa —hay quienes lo llaman Interplayas—.
Es que los hijos del asfalto Cordón, Sayago y Olimpia este año amenazan con robarles lugares a los con vista al mar Biguá, Trouville, Malvín, Unión Atlética, Defensor, Atenas y Hebraica. La posibilidad de que esta temporada el veraniego torneo recién comience en el segundo turno de los play off son reales. Tengan paciencia.
En la Liga Uruguaya, Defensor Sporting, sin llegar a jugar buen básquet, ganó gracias a una pareja de importados confiable y a la acumulación de trabajo que genera Jauri con su continuidad clubista más lo hecho en la selección (Páez, González e Izaguirre jugaron el pre-Mundial de Puerto Rico y Castrillón no viajó porque la embajada de Estados Unidos le negó la visa a último momento). Malvín, su escolta, que ha tenido problemas de identidad en el apartado extranjeros, para ser aún un equipo en construcción, no lo ha hecho mal. Unión Atlética, al antojo de Panchi Barrera, es tanto un equipo espectáculo y candidato al título como un grupo de amigos malhumorados sin ganas de aguantarse la cabeza. Estas tres instituciones, si nada raro pasa, y sería raro que nada raro no pasara —los márgenes de error en la actividad doméstica son grandes—, deberían clasificar al Torneo de la Costa.
La otra cara de la moneda
¿Con qué nos va a sorprender el Planeta Básquet en la segunda década del primer siglo del tercer milenio después de Cristo?
¿Se unificará el básquet masculino y el femenino?
En los setenta, pensar que los rioplatenses podían triunfar en la NBA o ganar el oro olímpico también era un disparate.
Con el fin de dinamizar el espectáculo ¿se jugará con dos pelotas?
En los ochenta, al introducirse la línea de tres puntos, se decía que el juego se había convertido en un tiro al blanco, y en los noventa, cuando se bajó el reloj de posesión de treinta segundos a veinticuatro, se habló de “domas” a alta velocidad.
¿Quizás una Superliga mundial de clubes?
Sería el siguiente paso de la más que consolidada Euroliga.
¿Estados Unidos, para ganar olimpíadas y mundiales, nacionalizará jugadores?
¡Huy! Me olvidé de que en los noventa y los dos mil de alguna forma ya lo hizo: Shaquille O’Neil nació en Francia, Kobe Bryant vino al mundo en un hospital italiano y Tim Duncan vivió hasta los diecisiete años en Islas Vírgenes.
Y en una de esas la NBA, que tiene jugadores chinos, alemanes, congoleños, turcos —paro aquí porque son cerca de cincuenta las nacionalidades—, si la NASA descubre vida en otros planetas, incorpore rápidamente a marcianos y plutonienses, que con su capacidad de salto borrarían de nuestro recuerdo las volcadas de Michael Jordan… ¡Ejem! Sí, sí, es cierto que no es necesaria la llegada de extraterrestres; ya hay terrícolas del siglo XXI que han superado a Michael en el arte de volar.
Todos estos delirios, los del pasado y los del futuro, pasaron y pasarán por un constante diagnóstico de expertos que permite ver hacia dónde crecer. Luego, teniendo claros los objetivos, se planifica. El tejido se completa con la ejecución y una continua evaluación, entonces lo imposible termina siendo cosa del pasado. Así funciona el Planeta Básquet.
En el Básquetfolk —básquet folklórico de la República Oriental del Uruguay, que se caracteriza por caer en el cualquiercosismo—, a pesar de la continuidad de ocho años que ha tenido la administración que dirige la Federación, otros son la actitud y el ritmo. Lo no diagnosticado y lo no planificado se ejecutan y evalúan en tono de milonguita.
Por el básquet femenino —sí, sí, se juega… Malvín gana siempre todo—, más que hacer, se hace que se hace.
La relación de los diecinueve departamentos y el desarrollo del básquet fuera de la capital deberían haber empezado por redes de básquet formativo.
La Liga Uruguaya, luego de fundarla y fundirla —llegamos a tener una final Salto-Paysandú, o sea que posible es—, hay que refundarla con torneo nacional de ascenso incluido.
La selección mayor, que es Batistadependiente en los tableros, precisa nacionalizar un extranjero interno de nivel internacional por si un día Esteban se enferma, no puede venir, llega tarde o juega mal.
Y la cercanía con los argentinos —dominadores de las competencias mundiales los últimos ocho años— es lejana.
Para esta segunda década del primer siglo del tercer milenio después de Cristo, el objetivo podría ser dejar en la historia el Basketfolk y sumarnos al Planeta Basket, donde lo imposible resulta no serlo. ¡¿Cómo?! Nada sucederá sin una federación de clubes dirigida por cabezas aggiornadas que —y este sería el gran cambio—, por encima de aquello que resulte funcional a sus intereses personales y a su prolongación en el hacer, estén capacitadas para orientar a los clubes según el concepto de que aquello que es bueno para el desarrollo del básquet es bueno para los clubes. O sea, la otra cara de la moneda de los últimos cuarenta años.