Días atrás fui al teatro a ver Or: tal vez la vida sea ridícula, obra que, sutilmente, fue rompiendo uno por uno los ladrillos de mi pared moral y valorativa y, sacudiendo sus cimientos, me dejó un vacío que en un primer momento llené de risas y angustia.
De vuelta en casa, bebía el ron de los dulces sueños cuando en el bolsillo trasero del pantalón encontré el programa del espectáculo y, con mis verdades tiradas por el suelo junto a las medias, al leer nuevamente el nombre de la obra, la lucecita interna que intermitente se prendía y apagaba me hizo ver que tal vez el básquet folk —baloncesto uruguayo de características tragicómicas— no sea ridículo.
¿Cómo va a serlo el básquet que forjó un Bati(sta)-defensor de tableros, un San Esteban de Playa Pascual, que es uno de los jugadores de más alta valoración del torneo español (liga europea doméstica de mayor nivel)?
¿Cómo va a ser ridículo el básquet que tiene en Jayson la Perla Granger —base del Estudiantes de Madrid— el proyecto europeo más valioso del Río de la Plata?
¿Cómo va a ser ridículo el básquet que hizo aparecer en escena a Panchi el Mago Barrera, que este año, en su retorno al viejo continente, cumple con su roll de segundo base en un equipo que es animador de la ¡Euroliga!?
¿Cómo va a ser ridículo el básquet que le inculcó conceptos deportivos a Nicolás Mazzarino, capitán del equipo de Cantú, una de las históricas plazas del pallacanestro italiano?
¿Cómo va a ser ridículo el básquet que más de una década atrás construyó y envió al mundo —Universidad de Utah y Duquesne University del básquet universitario estadounidense— a Martín el Impasable Osimani, hoy uno de los latinos más codiciados de la rica liga mexicana?
¿Cómo va a ser ridículo el básquet que dio vida a Leandro García Morales, Asesino infalible de la línea de tiro libre, que de tan codiciado en Latinoamérica no tuvo necesidad de emigrar a Europa?
Y me pregunto:
¿Acaso nunca interpretaste como realismo mágico que en nuestros partidos, en los pedidos de tiempo, los niños se metan en la cancha a jugar a la pelota? El mundo un día quizás nos imite.
¿Sos consciente de que el año que viene —y esto sí que es ser parte del primer mundo— la Liga Uruguaya va a tener dieciocho equipos, igual que la conferencia Este de la ¡NBA!?
Y aquellos, ¡oh, tontos!, que añoran el aglutinante Federal, ¿no son capaces de ver que nuestra Liga es y va a ser el futuro que repite el pasado?
¿Y la sorpresa que nos va a dar el Torneo Nacional de Ascenso el día que se invente, allá por el 2025?
Y tenemos fechas atrasadas, adelantadas, partidos suspendidos con sus picos pendientes y... ¡¿quién si no nosotros, los yoruguan básquet folk, le puede explicar al mundo lo que es un pico?!
¿Y no es el Metropolitano, torneo soñado para que se desarrolle el divino tesoro de la juventud, un espacio ideal para que los veteranos por retirarse se lesionen constantemente y les hagan a los jóvenes algunas zancadillas para que no corran mucho?
¿Quiénes en este mundo cruel motivan a los talentos emergentes, al darles un lugar propio y seguro en el banco de suplentes, como lo hacen nuestros entrenadores?
¿Y si de vez en cuando, ya que de tanto en tanto organizamos un partido en parqué duro, en verano jugamos en cancha abierta? El mundo hablaría de nosotros.
¿Y el Tatú Celeste, el megaestadio de última generación que el presidente de la Federación quiere construir mientras al día de hoy, luego de ocho años de mandato, aún no ha podido modernizar el paquidérmico funcionamiento interno de la entidad que dirige?
¿Y las reglas nuevas —se alejó la línea de tiro libre, varió el concepto para el foul ofensivo, nuevo manejo del reloj de posesión, etc.—, que ya hace meses están vigentes en todas partes del mundo? ¿Acaso no hacemos bien en primero ver qué sucede y entonces aprender de la experiencia ajena? Los dejamos un añito que arranquen ellos y después nosotros, ¿eh?, con las cartas vistas los comemos.
¿Qué te parece? ¿No sentís algo así como una sonrisa interna que podría asemejarse a una especie de desesperanza o a un pequeño vacío? ¿No? ¿Te cuesta un poco al tragar? ¿No?, ¿nada? ¿Angustia, quizás? ¿Nada? A mí sí, un poquito, a veces... Es que nuestro básquet, con los capacitados jugadores que da, por momentos me resulta un misterio tan insondable como la vida misma. Al final de cuentas, ¿quién te dice?: tal vez el básquet folk no sea ridículo.