El básquet cada cuatro años hace pequeños ajustes en sus reglas para mejorar el espectáculo. A diferencia de otras disciplinas, la dinámica de su crecimiento —la NBA, que hace años desembarcó en Canadá, ahora busca expandirse a Europa— y la capacitación de sus actores —los geniales entrenadores Ettore Messina y Zeljko Obradovic se han mostrado desinteresados en dirigir en la NBA— vive una constante elaboración con cambios de dirección incluidos. La historia del joven jugador estadounidense Brandon Jennings es un buen ejemplo.
Nacido en 1989 en California, este base afroamericano de 1,85 y 77 kilos fue considerado el mejor jugador de High School —bachillerato— del año 2007 en su país. Los 35 puntos y 7 asistencias de promedio lo explican todo. Los reclutadores de las mejores universidades se pusieron en fila en la puerta de su casa, pero en una acción sin precedentes Brandon decidió emigrar a Europa y formar parte de la Lottomatica Roma, donde jugaría la Lega d’Italia y la Euroliga. Su objetivo era claro: buscar el mejor lugar para desarrollar su potencial y presentarse al draft de la NBA cuando se sintiera pronto. Su actuación en Italia —19 minutos, 6 puntos y 2 asistencias por juego— no deslumbró, pero igual el audaz Brandon este año se presentó al draft de la NBA, donde fue elegido en el número diez por los Milwaukee Bucks, y ahora, en la supermillonaria liga, viaja a ¡20 puntos por partido! Por si fuera poco, en un juego anotó 55, quebrando el récord para un jugador de primer año —rookie—. Ya se da por hecho que obtendrá la valiosa mención de Rookie del Año.
El mágico y jovencito Brandon, en uno de sus eléctricos cambios de dirección, abrió una nueva realidad a los talentos nacidos en el país donde se inventó el deporte del cesto: la opción de formarse en otro continente. Jeremy Tyler, otro superproyecto USA, de 17 años y 2,11, ya anunció que dejará el liceo para enrolarse en un equipo del viejo continente. Hasta los basquetmaníacos nos sorprendemos con estos coloridos saltos mortales donde todo se reinventa. El básquet del mundo, donde por suerte lo provisorio es lo definitivo, se ha quedado sin techo. Y el nuestro, donde lo provisorio es casi siempre definitivamente malo, se ha quedado sin cabezas. Árbitros, periodistas, hinchas, dirigentes o las disputas entre ellos se roban el espectáculo. Otra sería la perspectiva de un desarrollo sostenible si permitiéramos que jugadores, entrenadores y el juego en sí mismo ocuparan el rol que en todas partes cumplen: el de primeras figuras.
En nuestra temporada doméstica 2009 la oscuridad se expande: Álvaro Trías, presidente de la Unión de Jueces, hacía correr el rumor de que su colega, el internacional Gabriel Baum, y el reconocido periodista Diego Jokas eran pareja —¿que pensarían Aristóteles, Sócrates y Platón de este chisme?—. Jokas se hizo de unos correos electrónicos armados por Trías —definidos como obscenos por quienes los vieron— donde, involucrando a gente del ambiente, se había trucado la cara de las personas, y los presentó en forma de denuncia en la Federación. El Consejo Superior de esta se movilizó y por unanimidad de la Asamblea General expulsó de la Federación al árbitro. La cobertura por la prensa especializada fue todo lo que podía ser. Y así, con un claro vencedor, finalizó el ajuste de cuentas. A días de entrar en la segunda década del tercer milenio, pregunto: ¿Cuándo este luminoso deporte en constante devenir llamado básquet va a ser en nuestro país la fiesta que en todas partes es?