En el penúltimo episodio de Lo No Dicho vamos a intentar explicar cómo se diagnostica una adicción.
Publicidad se puede definir como una forma comercial de comunicación que, a través del estudio de disciplinas como economía, estadística, sociología, psicología, etc., busca persuadir a los consumidores con el objetivo de incrementar las ventas del anunciante.
A los productos se les otorgan valencias y significados que corresponden a necesidades de orden psicológico del ser humano —amor, seguridad, autoestima, reconocimiento, alegría, etc.—, lo que genera una desviación de los bienes de uso con respecto a su función: el auto me convierte en un ganador, tal bebida es la chispa de la vida, aquel cosmético me hace joven, etc.
Una de las consecuencias de esta realidad es que lo gratificante pasa por tener esto o aquello, y otra es la confusión entre qué es una necesidad y qué es un deseo. Necesidad es un estado de carencia, la falta de algo que se requiere para la vida. Deseo es el anhelo de cumplir una voluntad, de saciar un gusto.
Dentro del consumo-deseo, que produce efectos agradables, hay algunos productos —el alcohol es el ejemplo más claro— que si se utilizan en forma excesiva generan costos emocionales —resaca, malestar, culpa, arrepentimiento, reacciones violentas, depresión, etc.—. En el abuso de la búsqueda de esos efectos agradables —emborracharse cada dos por tres—, los costos emocionales aumentan y lentamente se empieza a deteriorar el contacto con la realidad —consumo, euforia, bajón, consumo, euforia, bajón—.
Transitado este trayecto llegamos a la estación Consumo Problemático. Hay algunos que se bajan en esta parada y retoman su vida con normalidad, pero también puede suceder que se accione un rígido mecanismo de defensa orientado a mantener el consumo abusivo.
A través de ese rígido mecanismo de defensa la persona miente, manipula, minimiza, niega, evita, generaliza, proyecta, ataca, culpa, justifica, etc. A medida que los costos emocionales son cada vez mayores, más tiempo y energía hay que dedicarle al consumo robándoselo a otras actividades. Los que mantengan este tipo de consumo no van a percibir que sus capacidades mentales, emocionales y físicas han variado, que su normalidad es otra. Llega un momento en que rompen su propia escala de valores, distanciándose de sí mismos.
De aquí en más es la enfermedad la que toma las decisiones, no la persona.
En la evaluación para un diagnóstico de adicción es necesario tener en cuenta si es posible que la persona sufra un desorden mental anterior al consumo abusivo, los antecedentes familiares con respecto a la enfermedad —buscá Lo no dicho (3) Los detonantes—, si presenta las características de personalidad del adicto, determinar cuál es su consumo, su capacidad o incapacidad de parar, sus reacciones ante determinados planteamientos —por ejemplo, una posible abstinencia de treinta días—, si presenta mecanismos de defensa rígidos, qué dice su lenguaje corporal y cuáles son sus respuestas al siguiente cuestionario:
• ¿Puedo controlar el consumo de sustancias que alteren mi mente o estado de ánimo?
• ¿Priorizo el consumo frente a otras actividades?
• ¿Consumo más de lo que me propongo?
• Cuando empiezo a consumir, ¿puedo parar?
• ¿Continúo consumiendo a pesar de la preocupación de otros?
• ¿El consumo afecta mi vida familiar y mi trabajo?
• ¿Pienso mucho en el consumo o en la forma de conseguir el dinero para hacerlo?
• ¿He intentado dejar el consumo?
• Si me falta el consumo, ¿cómo reacciono?
• ¿He sufrido pérdidas —afectivas, sociales, laborales, físicas, económicas, etc.— a causa del consumo?
• ¿Me imagino una vida sin consumo?
Un diagnóstico de adicción se debe elaborar sentado sobre un témpano. Ante cualquier duda, por el bien de la persona afectada, hay que proponerle una abstinencia de treinta, sesenta y hasta noventa días, y que un grupo interdisciplinario de profesionales pueda analizar su reacción al planteo, si consigue cumplirlo y, si lo hace, en qué condiciones lo logra.