Al analizar las condiciones de vida y la interacción de un grupo familiar se puede detectar el porqué de algunas patologías. Codependencia y adicción no son enfermedades que se contagian de uno a otro. Su caldo de cultivo es la disfuncionalidad familiar.
A la familia que tiene reglas claras, límites precisos y una comunicación abierta entre todos sus miembros se la llama funcional. La que no tiene reglas claras, donde no se respetan las jerarquías, los límites no son precisos y la comunicación es mala se conoce por disfuncional.
La familia es un sistema compuesto por subsistemas —sus miembros— que a la vez integra un sistema mayor: la sociedad. No se la debe concebir como una suma de individualidades sino como un conjunto de interacciones.
La concepción de la familia como sistema permite comprender la causalidad de la problemática familiar. Esta, si no se tiene en cuenta la ley de causa y efecto, se suele interpretar de manera lineal, cuando en realidad es circular. A un niño que se hace pis en la cama no hay por qué verlo como a un enfermo. Él, con su problemática individual, sería el portador de las deficiencias en la interacción familiar. Lo mismo sucede con un adicto. Estas situaciones, que se conocen por disfuncionalidad familiar, son los pulmones de la adicción.
Por el contrario, una familia funcional promueve el desarrollo integral y saludable de sus miembros en busca del bienestar psicológico y social. Para que esto suceda es imprescindible que tenga definidos roles y límites, una comunicación abierta entre todos los integrantes y capacidad de adaptación al cambio —la funcionalidad familiar es un proceso que se reajusta constantemente—. En estas condiciones sería una rareza que emergiera una adicción. Pero si eso llegara a suceder, el adicto tendría un entorno propicio para recorrer en el tren de la recuperación.
Las cosas claras en una familia evitan que los miembros limiten su independencia y también que se dé un excesivo individualismo. Autonomía sin individualismos excesivos es la conquista que va a evitar que en la familia se generen sentimientos de insatisfacción.
En cuanto a las jerarquías, estas deberían establecerse sanamente, no pueden ser impuestas. En la relación matrimonial el sistema de jerarquía es horizontal —igualitario—, y en la relación de padres e hijos, vertical. Pero la familia funciona adecuadamente cuando hay flexibilidad y puede adaptarse con facilidad a los cambios. Es una continuidad de equilibrio-cambio-equilibrio-cambio. Se trata de ajustar, ajustar y ajustar. Para lograr esa dinámica la familia tiene que poder modificar sus roles, reglas, límites, sistemas jerárquicos y vínculos, pues no son independientes unos de otros. La capacidad de adaptación es necesaria para sostenerse en los momentos críticos y mantener el equilibrio psicológico de los miembros.
La familia funcional tiene una comunicación clara, coherente, efectiva y afectiva que permite compartir las diferentes situaciones que surgen en la cotidianidad. Pero cuando el mensaje que se transmite verbalmente no se corresponde con lo que sucede en la acción, se establece el doble mensaje depredador: Haz lo que digo y no lo que hago. Si esto ocurre es porque hay conflictos no resueltos en los vínculos familiares —roles, jerarquías, etc.—. La disfuncionalidad está instalada y la posibilidad de que se establezcan relaciones de codependencia y estalle una adicción aumentan.
Los padres que en un ambiente afectivo y comunicativo favorezcan la autoestima y la autorregulación responsable de sus hijos son los que podrán establecer un elevado grado de control y exigencia de madurez.
El objetivo primordial de los padres es dar condiciones a sus hijos para que estos lleguen a ser personas emocionalmente equilibradas, capaces de establecer un vínculo afectivo satisfactorio y respetuoso consigo mismos y con los otros.
El tema de la siguiente entrega será codependencia y adicción.