Nuestros abuelitos, los monos, que vivían colgados de las ramas, bajaban a comer unos honguitos que los dejaban viendo en 4D. Con el paso del tiempo, la zarpadera fue tan grande que sus cerebros empezaron a hacer cosas raras. Parece que, entre ellas, a pensar.
Ya erguidos, cuidaron del trigo durante tres mil años sin darse cuenta de que podían hacer pan. Es que con la sopa de trigo, luego llamada cerveza, alcanzaba.
En Oriente, mientras tanto, la gente llevaba un buen rato envuelta en nubes de cáñamo preguntándose por qué, por qué y por qué. De a ratos, escribía los Vedas.
El opio ya hacía tratados de paz entre los clanes del Himalaya y curaba insomnio y mal de humor.
Los griegos, más hinchas de Dionisos y Afrodita que de los oficialistas Zeus y Atenea, organizaron en Olimpia unas competencias donde corrían para aquí y para allá y tiraban muchas cosas, entre ellas los platos. Eso durante el día. A la noche, bailanta y mamúa.
Jesús, el de la madre virgen, en la última cena no acompañó el pan con café con leche.
De Don Juan y su peyote qué te voy a contar que ya no sepas.
¡Sssnif!… Dame un segundo que ya sigo. ¡Sssnif!… Ahora sí. Que la hoja de coca es medicina y cultura para la negada nación Aymara, solo lo cree el que lo ve.
Y el tabaco —no el industrializado con la foto de la rata muerta en la cajilla— era la hoja de coca de los nativos centroamericanos.
Ya más contemporáneo, Sigmund Freud, papi del psicoanálisis, que con sus teorías del inconsciente nos rompió la cabeza a todos, escribía día y noche. Para mí que fue el primer vienés en usar yerba Canarias, porque eso de la cocaína no debe ser cierto.
Plantas sagradas, eran.
Entonces, los desconsiderados invasores, verdugos de todo lo conocido, que hoy continúan conquistando e infectando los siete mares y los mil caminos con la mentira que desangra a la verdad —ayuda humanitaria en ¡Ay!Tí incluida—, se las apropiaron, las trasplantaron a otras partes del planeta e hicieron con ellas lo que les vino en ganas.
En nuestro Uruguay, una Barrera separa hoy la opinión de la sociedad deportiva por haber puesto en la marihuana su conducta adictiva (que, como toda conducta, con la atención necesaria es corregible), y no en el mundo electrónico con pantalla, el trabajo obsesivo, en relaciones humanas de codependencia o en estructuras de poder.
El decreto de suspensión de por vida para los reincidentes de doping, al involucrar las drogas sociales, se convierte en otra vuelta de locura. Si la sustancia encontrada —esteroides anabólicos, EPO, diuréticos, anfetaminas, etc.— sirve para mejorar el rendimiento, entonces sí, “andá a hacerte el vivo con tu abuela”.
Marlboro, Heineken, Johnny Walker, los Châteaux Bordeaux franceses y cientos de psicofármacos, productos que durante décadas consumimos sin conocer sus efectos secundarios, tienen asegurado su lugar en el mercado y no quieren competencia.
La marihuana (¿viste que ahora hay faso transgénico?, ¿pega mucho?, ¿y al otro día cómo quedás?, ¿y a los diez años?), la cocaína (¿cómo hacés para saber qué te estás metiendo?), los hongos de Valizas y las pastelas de Ámsterdam, con las variantes que puedan llegar, se quedaron desde un inicio fuera del business.
Para que estas bastardas sean reconocidas podríamos construir una red que empiece con su legalización, que iría de la mano de controles de calidad de las sustancias y de información sobre cómo funcionan las conductas adictivas. Con el dinero recaudado por impuestos, que sería mucho, podríamos crear centros de atención para adictos en recuperación. A la delictiva botijada esclava de la pasta base no le vendría mal. Y no olvidar que el zarpado con dinero más o menos tiene de dónde agarrarse, pero el zarpado pobre, ¿qué hace?
Este imposible, en Holanda y Suiza —países bien chiquititos como nosotros— salva a miles por año. Quizás lo más difícil sea terminar con el doble discurso de la civilización moralizada a fuerza de siglos de hipocresía.
Y sí… es una quijotada… Es como pretender que en todas las escuelas públicas trabajen profesores de educación física, o que cada alumno tenga su compu. A propósito, si aquellos monitos que bajaban de los árboles para comer hongos, los que escribieron los Vedas, la hinchada de Dionisos o Afrodita, Don Juan o Jesús, vieran a los niños con la XO, no lo podrían creer. También se sorprenderían de nuestras construcciones, los iPad y las investigaciones espaciales. Y de ver en qué terminaron sus plantas sagradas, especialmente las bastardas, ni te cuento.