Mientras escucha al Indio Solari, líder de Los Redondos, cantarle a la gran bestia pop, quien escribe, guerrero retirado de la cavernícola horda de los patas largas, está de luto por la pérdida del ancestral lugar de peregrinación —el Cilindro estaba hecho con imitación de piel de mamut—. Es que el Dios que está en los Cielos, algo más expeditivo y lúcido que la Intendencia, nos dio el desalojo. Y, a pesar de que nunca tuve una buena relación con el buen Señor —para mí que está al tanto de que lo puteo a diario y del pacto que hace años intento hacer con el Diablo—, hoy quiero agradecerle los muertos que no tuvimos: “Dios que estás en los Cielos, muchas gracias”.
Los místicos que nadan en el Gran Misterio interpretarían algo como que no es casualidad el derrumbe cilíndrico y la actuación celeste en Sudáfrica. ¿Acaso una energía de cambio deportivo ha empezado a manifestarse?
Patapúfate hizo en su momento el hoy palaciego Conservatorio Adela Reta del Sodre. Al embriagador Teatro Solís, cuando sonaba su hora, lo cerraron a tiempo. La metamorfosis del ruinoso Cine Rex es hoy la clásica Sala Zitarrosa. El Teatro Victoria había sido y mucho tiempo después volvió a ser. El Florencio Sánchez, aunque pocos lo sepan, hace rato que es. A la Sala Verdi la lipo, las lolas y los apliques le quedaron de puta madre. Y la totalmente desconocida sala del Centro Artesano de Peñarol, en breve, va a quedar pronta. Y con estos antecedentes, a soñar se ha dicho.
¿No será que a la gran familia del básquet y la de los deportes menores — handball, volleyball, atletismo, hockey, gimnasia, fútbol de salón, tenis de mesa, box, natación, interminable etcétera— les llegó la hora de compartir casa propia? ¿Centro de alto rendimiento dijiste? No, no como el que proyectan los brasileños para las Olimpíadas del 2016, pero sí uno austero que nos permita acompañar al deporte de alto rendimiento.
¡Pero claro que las prioridades son otras! Vivienda para los desfavorecidos y abandonados de la sociedad de consumo, educación, salud, seguridad ciudadana, centros de recuperación y reclusión donde los seres humanos no vivan como bestias, descentralizar un estado tapón diseñado por los ingleses al estilo Singapur, Dubái, Kuwait, y muchas otras cosas que están antes que un gimnasio. Pero si no es ahora, ¿cuándo vamos a soñar?
Y hacerlo sin coraje es cosa de buen onanista.
La incidencia de la cultura deportiva en nuestra sociedad es irreversible y poco se ha hecho para redireccionarla y enriquecerla. No reconocer al deporte como una herramienta de transformación social bordea la ignorancia. No hablo de propaganda marxista ni de comecoco capitalista de consumo. Sí hablo de la transmisión de valores como amistad, participación, colaboración, respeto, solidaridad, autoestima, trabajo en grupo, crecimiento individual dentro del colectivo, y hasta la posibilidad de liberar los sentidos para sobrellevar una realidad claroscura, llena de inseguridades e incertidumbres.
Hoy tenemos un país confiable que acerca inversores, federaciones —va el chorrete de nuevo: básquet, atletismo, handball, etc.—, Intendencia de la capital con veinte años de continuidad, Ministerio de Deporte —no nombro al de Turismo porque, como toda pareja incompatible, antes o después se van a divorciar—, y un predio, el mismo donde estaba el Cilindro, rodeado de avenidas de rápido acceso, como para crear un nuevo polo de atracción en la ciudad. La mesa no está servida. Pero está.
Al sorpresivo, brillante y sedentario Plan Ceibal y el aire fresco de la profunda política antitabaco, que han marcado un antes y después en nuestra sociedad y que apuntan a la salud y a la formación integral de las nuevas generaciones, no les vendría mal el cierre potenciador del desarrollo neuro y psicomotor y cardiorrespiratorio que solo la educación física y el deporte pueden dar. Y qué lindo tener espejos donde mirarse.
¿Llorar por el mamut casi redondo? Ni una lágrima. Sí rescatar de la historia que en su momento fue un motivo de orgullo ciudadano y que durante más de cincuenta años, con los eternos problemas que arrastraba, fue parte de todos. Y el espacio que va a dejar es el embrión de su cría post mórtem: la gran bestia sport.