En nuestro país los últimos catorce años han sido un período de despegue, de desarrollo o de recuperar vigencia para varias disciplinas deportivas. La celeste de fútbol, ya sea en formativas o la selección absoluta, el rugby, las competitivas chicas de hockey sobre césped o de handball son algunos ejemplos. Hay mucho para analizar y valorar sobre estas realidades. Sin embargo…
El básquetbol, que estuvo los últimos catorce años bajo la presidencia del doctor Ney Castillo —2002 al 2016—, es una disciplina que no despegó, no se desarrolló ni tampoco recuperó vigencia. En este período el mencionado profesional fue, además de presidente de la Federación de Basketball, candidato a la intendencia de Montevideo por el Partido Colorado (iba a serlo por segunda vez en representación del Partido de la Concertación, pero desistió aludiendo falta de apoyo), fundador y director general de la Fundación Pérez Scremini, y periodistas especializados afirman que ha sido un eterno aspirante a la presidencia de la AUF.
Una de las primeras decisiones —2002— de Ney Castillo fue establecer una relación comercial con Tenfield que en la práctica se manifestó como una especie de cogobierno. En el contrato inicial, la empresa, entre otros derechos, tenía la última palabra en caso de que la Federación quisiera modificar el calendario o la forma de disputar las competencias. Con el paso del tiempo, hoy tenemos una Liga Uruguaya que compulsivamente juega sus instancias decisivas en el capitalino Palacio Peñarol (¿cómo hace el básquet del interior del país para sentirse parte y soñar con participar?), que durante meses se juega con el objetivo de establecer posiciones para el play off, pero en la que llegado el momento ningún equipo tendrá ventaja de localía porque la definición se juega en escenario único. Es un sinsentido que excluye al interior, le roba atractivo a la temporada regular, legitimidad a los play off, pero que sí le da a Tenfield muy buenas condiciones para su producto televisivo.
El básquet, que a diferencia del fútbol se transmitía por un canal abierto en la década del sesenta y en un momento de los ochenta llegó a ser televisado por los tres canales de aire, nunca había hecho este tipo de concesiones.
¿Qué pasó con las competencias domésticas en estos catorce años?
– La Liga Uruguaya se desintegró luego de cuatro temporadas y volvimos al torneo Federal del siglo XX.
– Segunda de ascenso pasó a llamarse primero Torneo Metropolitano y luego Liga Uruguaya de Ascenso —en la edición en curso solo compiten equipos de la capital—, y se decidió que se jugara una vez finalizada la principal competencia y no en paralelo como siempre se había hecho. Es el momento del año en que se convocan las preselecciones —formativas y mayor—, por lo que interfiere en la preparación de estas y en la competencia internacional. El motivo principal de jugar en esa época es asegurarle a Tenfield básquet para su pantalla.
– El indispensable Torneo Nacional de Ascenso, necesario para incorporar al interior a la Liga Uruguaya, no termina de concebirse.
– En formativas, de una competencia a nivel nacional, nada, y el básquet femenino continúa peleando por su lugar.
Lo sorprendente es que, en cambio, el básquet universitario, que no depende de la Federación, no para de crecer.
Luego de una presidencia de catorce años, el grito de la realidad es ensordecedor: Ney Castillo no tenía un programa para desarrollar el básquet.
En la selección mayor, bajo su presidencia, se nombraron siete entrenadores, cada uno con sus respectivos cuerpos técnicos. Federico Slinger, que presidió el mismo organismo entre 1981 y 1997, nombró tres, y en ese período se ganaron tres Sudamericanos de mayores y uno de formativas, se clasificó a una Olimpíada y a un Mundial y —quizás esto sea lo más importante— se organizó el Preolímpico 88 y el Premundial 97. Ney Castillo, que no ganó ni clasificó a nada, organizó un Sudamericano en el 2003.
Lo inolvidable de la celeste de básquet, durante su mandato, sucedió durante la preparación para el Premundial del 2009, cuando el presidente se enfrentó a los jugadores porque estos exigían mejoras en las condiciones de preparación. Entre otras cosas, aparte de que había diferencias en los viáticos, los atletas pedían incorporar un fisioterapeuta y un equipier a la delegación. En busca del bien común, la solución la aportaron los jugadores: donaron sus viáticos para llevar a dichos profesionales y advirtieron que, si no mejoraban las condiciones, renunciarían a la siguiente convocatoria. El presidente, sorprendiendo a todos, llamó a una conferencia de prensa en la que invitó a la mesa al capitán y al subcapitán de la selección, y en una acrobacia digna del Cirque du Soleil disparó contra el gobierno: “Vamos a acompañar a los jugadores en su reclamo de mejores condiciones y no competiremos si no hay cambios en la política deportiva del país”, dijo. Luego agregó: “Dirigentes y jugadores estamos en el mismo barco”. Y por último: “Si no hay respuestas de cambios hacia la Federación Uruguaya, entonces lamentablemente dejaremos de competir”. Jugadores de ese plantel han manifestado que cuando se convocó la conferencia de prensa ellos no sabían de qué se trataba.
Ney Castillo, siendo el presidente, mantuvo una guerra fría con algunos jugadores celestes y no tan fría con otros; por ejemplo, con Esteban Batista y Jayson Granger, dos respetados profesionales que compiten con éxito en el básquet de elite. El mandato de Ney Castillo tuvo la particularidad de barrer pa fuera la interna de la selección, algo que resulta inusual en las presidencias deportivas del planeta Tierra.
Y si de barrer pa fuera se trata, como mis columnas sobre su gestión no le gustan, para quien escribe hubo carta abierta y la advertencia de que tenía cosas para contar sobre mi persona.
En el 2006, Ney Castillo lanzó, con presentación y todo, el Tatú Celeste. Quería construir un megagimnasio que sirviera para espectáculos deportivos y culturales. Afirmó que tenía los inversores, que quería hacerlo en el Velódromo, luego en Canelones, justo se cayó el Cilindro y entonces que esto y aquello y en definitiva… En el 2009 Fernando Cáceres, en aquel momento director nacional de Deportes, en el programa radial Básquetbol de primera, sentado frente a Ney Castillo, dejó claro: “Si el proyecto sigue vigente, si aún hay interesados en ese proyecto, el Ministerio asume la responsabilidad de conseguir el predio. Estoy transmitiendo una opinión de Gobierno”.
Después de una presidencia de catorce años, las selecciones de formativas y la mayor siguen sin tener un hogar donde entrenar —el rugby, en este período, construyó un centro para sus selecciones en el Estadio Charrúa—, pero lo curioso es que la unión de veteranos de básquet sí levantó un gimnasio y ahora se lo presta a la selección para que entrene —leíste bien: los veteranos le prestan su gimnasio a la selección nacional absoluta—.
Quizás los párrafos anteriores sean una posible explicación a la pregunta de por qué no surgen nuevos basquetbolistas con nivel internacional. ¿No será que los jóvenes con aptitudes no tienen condiciones para desarrollar su potencial?
La brecha entre el básquet doméstico y el de elite, que ya existía cuando Ney Castillo asumió, se disparó durante su mandato, y Venezuela definitivamente nos desplazó del tercer lugar en Sudamérica. Lo preocupante es que con Chile últimamente hemos ganado y perdido en formativas. En una década quizás perdamos el cuarto lugar. Sería una basquetragedia.
Mientras el fútbol, el rugby, el hockey sobre césped y el handball femenino preparan confiados sus futuras generaciones apoyados en un crecimiento estable de sus estructuras y estamentos, la gente del básquet nos preguntamos por qué las tribunas tienen pocos espectadores y qué pasará cuando los treintañeros Batista, Mazzarino, García Morales, Osimani, Aguiar, Izaguirre, Barrera, Borselino, Wachsman, Newsome, etc., ya no estén.
Religiosos, místicos, psicoanalistas, entrenadores y maestras de escuela pregonan que el futuro depende de nuestras decisiones y acciones de hoy. Si así es —y fueron catorce años—, la basquetragedia uruguaya está en el horizonte.