Espero que al recibir la carta te encuentres bien. Me llamo Tato y fui jugador de la celeste de básquet desde el 76 al 93, o sea, antes de que vos nacieras.
En 1982, en plena dictadura, tuve un episodio con la justicia por suministro de marihuana —sería más correcto decir por fumar marihuana— y terminé procesado. Cuando me dejaron en libertad me esperaba una suspensión indefinida de la Comisión Nacional de Educación Física.
El periodismo deportivo hablaba mucho, mucho, sobre mi suspensión; hasta en un programa llegaron a hacer una encuesta sobre cuánto tiempo debía durar: algunos opinaban que la debían levantar de inmediato, otros manejaban diferentes plazos y otros consideraban que me tenían que mantener la prohibición de por vida. El doctor en Derecho Jorge da Silveira opinaba que no me debían permitir volver a jugar nunca más. ¡Jo! Nunca más —tenía veintiún años—. Argumentaba que yo era un mal ejemplo, un daño para la saludable juventud militarizada. ¡Jo! Lo que no recuerdo es que me llamara “cabecita de dulce de leche”, que es el término que hoy utiliza para referirse a los jugadores que considera incapaces de adaptarse al deporte de alto rendimiento a causa de su bajo coeficiente mental. ¿Viste, Jona querido? Ya tenemos algo en común: somos dos “cabecitas de dulce de leche”.
A los seis meses volví a las canchas. Me recibió un cartel que hizo mi madrina, Graciela, que decía “Bienvenido Tato”, y el influenciado y sostenido grito de la hinchada rival que iba de “falopero” a “hijo de puta, tendrías que estar en la cárcel” y cosas por el estilo. ¡Jo! Lamentablemente solo duró un par de años. No sabés, con esa motivación adicional, ¡qué fácil es jugar bien!
Te cuento la anécdota no porque tenga cuentas pendientes con el doctor en Derecho Jorge da Silveira —han pasado más de treinta años—. Te la cuento porque, en aquellos días, una persona muy lúcida le hizo entender a aquel jovencito que fui que el doctor era un alcahuete, un sicario mediático y un parásito del poder económico, político y dirigencial, que hizo nido en el periodismo deportivo, y que si ese trabajo fascistoide no lo hacía él, vendría otro a hacerlo. El doctor en Derecho Jorge da Silveira continuó ininterrumpidamente durante décadas “matando gente”, en especial jóvenes, pero, eso sí, siempre atento a no perjudicar intereses de sus amistades.
Jona querido, no quiero decepcionarte ni desvalorizarte, pero el doctor en Derecho Jorge da Silveira no se disculpa, en su muy formal y muy bien escrita carta, por respeto a tu familia, a tus compañeros, a los profesionales que trabajan contigo día a día. No lo hace por pensar en tus amistades ni tampoco por vos. Lo hace porque con sus declaraciones perjudicó a alguien de ese poder político, económico o dirigencial. O sea, de alguna manera tiene que arreglar este asunto de los siete millones de dólares del Benfica, que es lo que vale tu pase, no tu alma, no tu dignidad, no tu vida. No valen siete palos verdes las carencias de la infancia, ni el reconocer errores y animarse a volver a empezar todos los días hasta valer esa pila de millones de dólares.
Jona querido, ¡vamo arriba que esto recién empieza! Te mando un abrazo de gol en la hora y el sincero deseo de que tengas una buena carrera deportiva.
PD: Jona querido, ¿viste que en la carta el doctor en Derecho Jorge da Silveira dice que por este asunto perdió el sueño? ¡Jo! ¿Y de perder la vergüenza el Toto “dignidad de dulce de leche” no te dijo nada?