Cuando en el partido por los cuartos de final de la Copa del Mundo el ghanés estrelló en el travesaño el penal, se desató La Fiesta Inolvidable, y los uruguayos, futboleros o no, con la cara pintada y envueltos en banderas, descubrimos e hicimos nuestra la forma de ser y conducirse que tenía esta Celeste, cosa que ya era una realidad cuando en la anterior eliminatoria Brasil nos goleó 4-0 en el Centenario, o cuando en la repesca empatamos a gatas de locales con Costa Rica y clasificamos a la máxima competencia.
Fueron los buenos resultados —¡¿te acordás de la locura que fue el festejo de la Copa América?!—, y no la actitud profesional y crítica del grupo, los que nos devolvieron los sueños perdidos de un pasado lejano y épico, y que nos hicieron parte de un mundo deportivo hiperprofesional del cual no éramos ni nos sentíamos parte. Orgullosos hicimos nuestro un programa —institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y la formación de sus futbolistas— casi desconocido por la población deportiva, que llevaba cuatro años de camino y que tiene por objetivo crear instancias de crecimiento integral individual y colectivo de los talentos futbolísticos nacidos en nuestra tierra. Así fue como llegamos a ser uno de los tres países del planeta que habían logrado clasificar todas sus selecciones —formativas y mayores— al mundial de su categoría.
En los últimos setenta días, cuando las goleadas en contra de nuestra Celeste, como si de saltos de agua se tratara, se sucedían una atrás de la otra, en general se empezó a cuestionar la vigencia y la capacidad de jugadores, de quienes están al mando de ellos, e incluso cómo fue que se dio el victorioso e histórico pasado reciente.
Una vez más esa herramienta educativa que es el deporte, profesional en este caso, nos da la oportunidad de elaborar en conjunto. Y lo primero que siento es que ha sido el andar de esta Celeste lo que nos ha permitido interpretar el deporte como un proceso-aprendizaje en constante devenir, y no como algo de vida o muerte donde teníamos siempre un pie dentro de la discoteca El Descontrol, o donde nos sentíamos plenos si de locales ganábamos con un gol con la mano pasados los descuentos y en orséi. Haber descubierto esta nueva galaxia nos elevó la autoestima deportiva y para el resto del planeta dejamos de ser los maleducados que terminaban dando vergüenza ajena.
Este grupo de profesionales —cuerpo técnico, médico, informático, jugadores, etc.— que valorizaron la marca Uruguay trascendiendo al fútbol, más allá del resultado obtenido, siempre ha mantenido el compromiso, trabajo, humildad, presencia, el barrer hacia adentro los normales problemas que se dan en un plantel, el trato con la prensa, hinchas, rivales, árbitros, etc. Los resultados, igual que antes del inicio de La Fiesta Inolvidable, en la interna, no ponen en juego algunos objetivos, los que a esta altura resulta evidente que son irrenunciables. Quedó bien claro que, por más que los goles rivales cayeran como granizo, no estaba en el libreto empezar a las patadas, escupidas, que el arbitraje esto o aquello, o buscar responsables inventando culpables, etc. Los que tengan memoria de cómo eran las cosas antes de estos muchachos seguramente lo valoran.
Campeones del mundo, clasificando apenas, quedando afuera o goleados, yo me siento bien representado por este grupo.
¡Claro que habrá que hacer ajustes!, que no es lo mismo que cambiar. Desde la tribuna o por la tele, en mi humilde opinión, creo que el mayor ajuste es recuperar el ojo de tigre con que entrábamos a la cancha, y que nos permitía ver cómo desarrollar el plan de juego, cómo usar la fuerza del rival en beneficio propio —siempre fuimos más un equipo de respuesta que de propuesta—, esperar el mejor momento para golpear donde habíamos detectado que era posible hacerlo, leer tanto a los jugadores adversarios como al arbitraje, manejar los espacios, el tiempo y los cambios de ritmo, darle juego a este o al otro compañero porque hoy está enchufado, etc. Ya en el partido con Venezuela en el Centenario, dio la impresión de que una especie de encofrado de buenas formas, confianza y paciencia, por todo lo transitado, creo yo, nos envolvió en un quietismo falto de energía, intensidad y excitación que dificultó la capacidad de obrar, pues, que yo sepa, nadie se olvida de jugar.
¿Y los rivales? Si tuvieras la oportunidad de enfrentar a la representación nacional que es el boom del momento, ¿no sería un partido especial? Algo me dice que cuanto cuerpo técnico anda en la vuelta ha scouteado con obsesión los circuitos de juego de nuestra selección, analizando virtudes y carencias ofensivas y defensivas, e intentado descifrar al detalle las tendencias individuales de cada futbolista.
La palabra proceso, que esta Celeste tanto en las buenas como en las malas no se cansa de repetir, significa desarrollo o evolución de las sucesivas fases, o método adoptado para llegar a algún lado. No creo que alguien vaya a definir proceso como 2 a 1, 4 a 2 o campeón del mundo. Los amistosos con Alemania, Holanda, Italia, Francia, etc., ¿no será que en algún momento inciden en la búsqueda de dar un salto de calidad? Tampoco hay que olvidar que si hay un equipo que aprende de los malos momentos es este. Y ya que estamos, un poco de historia capaz que ayuda a digerir mejor las negativas instancias.
La Naranja Mecánica holandesa de los años 70, que transformó el fóbal, no participó del Mundial del 82 porque llegó cuarta en un grupo de cinco en las, bastante simples por cierto, eliminatorias europeas. Nosotros mismos en la gloriosa década del 50 ganamos en Maracaná, en el 54 llegamos cuartos, y en el 58… no clasificamos porque perdimos con Paraguay 5-0. Más en nuestros días, Barcelona el año pasado no ganó la liga europea ni la doméstica. Y si hablamos de clasificaciones y mundiales… En el mundial del 74 fuimos pero no la tocamos, 78 y 82 no clasificamos, en el 86 nos comimos seis con los daneses, en el 90 anduvimos bastante bien, 94 y 98 lo vimos por tele, en el 2002 jugamos la primera fase y afuera, y en el 2006 nos quedamos en casa.
Cuando los deseos humanos son moderados, reproducen la paz interior y el mundo se armoniza por su propio acuerdo, escribió Lao Tse unos cuantos años atrás.
¿Te acordás, antes de la era Tabárez, de aquel silencio frío con el que convivíamos que nos responsabilizaba a todos para que la culpa de todos no fuera responsabilidad de nadie? Yo, honestamente, prefiero llorar la derrota con los que me hacen sentir bien que festejar el triunfo con aquellos por los que no me siento representado.
¿Acaso no fueron varios integrantes de este grupo los que en medio del delirio de La Fiesta Inolvidable advirtieron hasta el hartazgo que la eliminatoria sudamericana es de los torneos más duros que existen en el fútbol y que a nosotros siempre nos ha costado?
El compromiso de los jugadores sigue intacto: vienen, concentran, entrenan a conciencia, se exponen y, a pesar de que hoy las cosas estén saliendo mal, siguen siendo fieles, como lo han sido siempre, a su forma de entender lo que debe ser un representante celeste.
En cuanto a los cuestionamientos al Maestro Tabárez por el camaleónico, infeccioso y oxidado mundillo merdiático, alcanza con recordar las palabras de la persona que soñó, planificó, ejecutó y constantemente evalúa el proceso celeste, al pie del Palacio Legislativo el día en que la delegación retornó de Sudáfrica: No nos quedemos solo con los resultados para valorar lo que se hace. El éxito no son solo resultados, sino las dificultades que se pasan para obtenerlos y la lucha permanente, y el espíritu de plantearse desafíos, y también la valentía para superarlos. El camino es la recompensa. Gracias, gracias, muchas gracias. ¡Uruguay nomás!