Una de las novedades de la temporada 2016-17 de la NBA es la ausencia, por retiro deportivo, del mejor jugador de básquet pos Su Majestad Michael Jordan.
Pero antes de llegar a ese tema no quiero dejar pasar la oportunidad de mencionarte una variedad de talentos que brillan hoy en día, de veintipoquísimos años, con capacidades físicas y técnicas como para ser parte de la NBA del siglo XXII: Karl-Anthony Towns, dominicano de 2,13; Joel Embiid, camerunés de 2,14; Kristaps Porzingis, letón de 2,21; Giannis Antetokounmpo, nigeriano-griego de 2,11, y cierra el grupo de los seres humanos del futuro el veterano estadounidense Anthony Davis, de 2,11, que en unos meses cumplirá 24 años.
Otra instancia de esta temporada que despierta expectativa es el rumbo que tome la opción que hizo Kevin Durant, tras decolar de Oklahoma, el equipo que lo drafteó, y aterrizar en Golden State, donde tiene mayores posibilidades de ganar un campeonato, en una movida muy similar a la que años atrás hiciera Lebron James al firmar con los Miami Heat. El tiempo dirá. Ahora vamos a lo nuestro, al mejor después del mejor.
Kobe Bryant, que dio todo lo que un basquetbolista tiene para dar, luego de 20 años liderando a los poderosos Angeles Lakers, se ha retirado. La temporada pasada, su última activo, fue homenajeado en cada una de las canchas rivales, su franquicia promovió los partidos de local con el gancho Vea a Kobe antes de que se retire, y el día que finalmente jugó su partido final anotó 60 puntos.
Kobe, un imparable todoterreno de 1,98 de estatura y 96 kilos de peso, que en 1996, a los 17 años, fue drafteado en decimotercer lugar, ganó cinco campeonatos de los dieciséis que los angelinos poseen. Junto a Shaquille O’Neal dominó la competencia los años 2000, 2001 y 2002, y en el 2009 y 2010, con la llegada de Pau Gasol —el mejor jugador FIBA de todos los tiempos—, ganó dos más. Bryant fue el mejor jugador de la liga en el 2008, dos años el goleador, nueve veces parte del Primer equipo defensivo del año, y un infinito etcétera de logros personales.
Su descenso deportivo tuvo un abrupto inicio en abril del 2013, cuando se rompió el tendón de Aquiles. Los Lakers luchaban por entrar a los play-off y Bryant se puso de acuerdo con el entrenador del momento para que lo dejara en cancha todo el tiempo a menos que él pidiera el cambio. A los 34 años de edad, una sobrecarga en el esfuerzo mantenida en el tiempo es muy posible que termine en lesión. Y esto de condicionar a los técnicos, desobedecerlos o desautorizarlos, fue una constante en su carrera. Tuvo ocho entrenadores en 20 años, y dos veces a uno de ellos, Phil Jackson, con el que ganó los cinco títulos. Justamente Jackson fue el que más categóricamente lo definió: No es posible dirigir a Kobe Bryant. Hace lo que quiere.
Shaquille O’Neal, el fantástico centro con el que compartió escenario durante ocho temporadas, nunca se sintió cómodo con el protagonismo que reclamaba Kobe. Algo similar pasó con Karl Malone, Gary Payton, Dwight Howard y algún otro jugador estelar que pasó por los Lakers. Y no recuerdo en toda su carrera un proyecto top que se haya desarrollado a su lado. Incluso en su último año de actividad, cuando su equipo tuvo un récord de 17 ganados y 65 perdidos —el segundo peor de la liga y el peor de la Conferencia del Oeste—, varios de sus jóvenes compañeros públicamente hacían referencia al enorme volumen de juego que el veterano absorbía.
Kobe, que en sus 20 años de actividad promedió 25 puntos, 5 asistencias y 5 rebotes, fue uno de los jugadores más completos de todos los tiempos. Un gladiador que noche a noche salía a dar pelea sano o lesionado, que asumía tiros finales hasta cuando era doble marcado, que defendía con orgullo y, por sobre todo, uno de esos competidores para los que ganar es lo más importante… siempre y cuando nada ni nadie le quitara protagonismo.
Por todo lo dicho es que el extraordinario Kobe Bryant no es el mejor jugador NBA pos-Jordan, y sí lo es Tim Duncan.
Con 2,11 de estatura y 113 kilos de peso, Duncan jugó 19 temporadas para los San Antonio Spurs y ganó los cinco campeonatos que la franquicia posee. Nacido en 1976 en Islas Vírgenes, fue la primera elección del draft de 1997. Los Spurs, que la temporada anterior a su llegada habían tenido un récord de 22 victorias y 60 derrotas, en su año de novato ganaron 56 juegos y perdieron 26. Su impacto como rookie fue instantáneo en la liga: Novato del Año, Primer equipo NBA, Segundo equipo defensivo, 21 puntos por juego, 12 rebotes, 2,5 bloqueos y 3 asistencias.
El primero de los cinco campeonatos lo ganó al año siguiente, en 1999, y el último en el 2014. Los del medio fueron 2003, 2005 y 2007. Elegido como el Jugador Más Valioso en el 2002 y 2003, fue ocho veces integrante del Primer equipo defensivo y siete del segundo, y las estadísticas finales de su carrera dicen que aportó 20 puntos, 11,5 rebotes, 3 asistencias y 2,3 bloqueos por juego. Solo en nueve de sus diecinueve temporadas promedió por encima de los 20 puntos por partido, y lo más alto fue 25 puntos. Servir a su equipo era su fin y no las estadísticas o el protagonismo. Lo más valioso que Duncan le brindó al básquet es improbable que aparezca en las estadísticas.
David Robinson, que a la llegada de Duncan lideraba a los Spurs, era un centro de elite muy disminuido por lesiones que en su mejor momento había logrado llegar a una final de conferencia. Junto a Tim ganó dos títulos. Jugadores como Parker, Ginobili, Nesterovic, Oberto, Mills, Splitter, Green, Leonard y un infinito etcétera, que se desarrollaron a su lado, aseguran que sus carreras profesionales hubieran sido otras de no tener a Duncan de compañero. Los San Antonio Spurs, que se han convertido en la franquicia ejemplar del recontramillonario deporte profesional y que poseen el porcentaje más ganador de todos los deportes profesionales de Estados Unidos, tienen su fundación en las anchas espaldas de Tim. Y en la mismísima ciudad de San Antonio, de 1:300.000 habitantes, que no tiene equipo de grandes ligas de béisbol ni de fútbol americano, se bromea con que la pusieron en los mapas luego de los campeonatos ganados. Por si todo esto fuera poco, en sus últimos años de actividad percibió un contrato por debajo de lo acostumbrado y lógico, lo que le permitió a su equipo realizar nuevas contrataciones e iniciar antes de su retiro la reconstrucción pos-Duncan.
Físicamente no era un superdotado como Shaquille O’Neal, tampoco un descomunal anotador como Kobe, no tenía la pelota en las manos todo el tiempo como Lebron James, y su mecánica de tiro, que era algo deficiente, no se parecía en nada a la del quemarredes Kevin Durant. Duncan fue un silencioso jugador de equipo que hacía mejor a todos sus compañeros, que a la hora de la verdad definía partidos, series o campeonatos haciendo parecer fácil lo imposible. Era poseedor de una inteligencia basquetbolística única, como si fuera un gran maestro de ajedrez de pantalón corto que corre y salta, un constructor de equipos, un competidor paciente, determinado, superagresivo bajo total control, y de carácter justo para alinear compañeros, rivales y árbitros a su lógica.
Duncan es una de las superestrellas deportivas de más bajo perfil que he visto. En su último juego, que fue una derrota en semifinales de conferencia frente a Oklahoma, saludó a sus rivales y al retirase de la cancha, sin darse vuelta, levantó la mano derecha, supongo que a modo de despedida.
Tim de niño soñaba con ser nadador olímpico y tenía potencial, pero un huracán devastó la única piscina olímpica de Christiansted, su ciudad en Islas Vírgenes, así que empezó a nadar en el mar, pero luego de un tiempo el temor a los tiburones lo hizo desistir. Poco después, un día antes de cumplir sus 14 años, la madre falleció de un cáncer de mama fulminante. Descubrió el básquet gracias a un cuñado. Sus inicios estuvieron llenos de dificultades, pero igual le llegaron ofrecimientos de becas universitarias y, si bien en su segundo año de colegial ya era considerado una de las potenciales primeras elecciones del draft NBA, permaneció en la universidad los cuatro años y se graduó en psicología.
Viviendo en San Antonio, donde es considerado un ciudadano comprometido en actividades filantrópicas, creó la Fundación Tim Duncan con los objetivos de elevar la conciencia en prevención de salud, investigar sobre cáncer de próstata y mama, y apostar a la educación a través del deporte entre los jóvenes. Su fundación también desarrolla estas actividades en Islas Vírgenes.
Su gran compañero en la larga jornada profesional fue Greg Popovich, entrenador jefe del equipo, considerado el mejor entrenador NBA de la actualidad y quizás de todos los tiempos. El joven Popovich, en su tercera campaña al mando, tambaleó en el cargo al ser duramente cuestionado por los medios, que lo responsabilizaban del mal inicio de temporada. Duncan, que estaba en su segundo año en la liga, salió en su defensa. Ese año ganarían el primer título.
Popovich y Duncan potenciaron al máximo sus carreras al estar juntos, pero, en el afán de darle a cada uno su lugar, Duncan sin Popovich siempre hubiera sido Duncan, mientras que Popovich sin Duncan quizás no fuera el Popovich de hoy. Solo hay que imaginar qué habría sido del inigualable Greg si el jugador franquicia que llegaba a los Spurs en vez de Tim hubiera sido Kobe Bryant.
En la NBA del siglo XXII es posible que los equipos promedien por encima de 2,10 de estatura, que los vuelos del siglo XX de Su Majestad Michael Jordan provoquen sonrisas condescendientes, que los encestes de media cancha valgan cinco, y que la historia del silencioso y feroz competidor Tim Duncan, el mejor después del mejor, parezca una fábula y no una historia real.