Muhammad Ali falleció el pasado viernes 3 de junio a los 74 años. Ningún deportista profesional ha tenido mayor influencia social. En 1964, a los 22 años de edad, Cassius Clay, un boxeador peso pesado poco conocido, sacudió al mundo al ganarle por nocaut técnico al campeón mundial, Sonny Liston. Dos días después, renegando de su “nombre de esclavo” —palabras textuales—, tomaría el de Muhammad Ali.
Por esos años, en Estados Unidos, los grupos contraculturales del sueño americano crecían incontenibles cuestionando al sistema político, el orden social, la adoración al dinero, la cultura de consumo, etc. Entre estos grupos fue que cobraron visibilidad y fuerza dos movimientos sociales que cambiarían al mundo: el de la liberación femenina y el de la lucha contra la discriminación étnica.
El reverendo Martin Luther King, que desarrolló una labor determinante al frente del movimiento afroestadounidense por los derechos civiles, en 1963, durante una marcha en Washington por trabajo y libertad, había dado su inolvidable discurso Yo tengo un sueño. Sin embargo, a pesar de que ya existían movimientos antibelicistas contra la guerra de Vietnam, King prefería dejar ese tema fuera de su agenda. Recién en 1967, cuando Muhammad Ali se rehusó a ser reclutado por el ejército para ir a pelear a Vietnam, fue que el pastor, inspirado por el activismo del deportista, se definió contra la guerra con un discurso que se recuerda como Más allá de Vietnam.
Alí, en 1967, cuando recibió la notificación de que debía presentarse al servicio militar para ser entrenado y enviado a la guerra, dijo: “¿Por qué me piden a mí que me ponga un uniforme y vaya a 10 000 millas de casa a tirarle bombas y balas a la gente de Vietnam, cuando en Louisville [ciudad donde había nacido] los negros son tratados como perros y se les niegan los más simples derechos humanos?”. Y agregó: “Yo no tengo problemas con el Viet Cong. Nadie del Viet Cong me ha llamado nigger” (algo así como ‘negro de mierda’). En otra oportunidad sentenció: “No voy a ir a 10 000 millas de casa para ayudar a matar y quemar otra pobre nación solo para continuar la dominación de los blancos dueños de esclavos”.
La negativa de Ali a enrolarse en el ejército y su activismo posterior fueron determinantes para unificar la postura antibelicista con la lucha por los derechos civiles de los afrodescendientes. Dijo: “Voy a pelear por el prestigio, no por el mío, sino por el de mis pequeños hermanos que duermen en piso de cemento hoy en Estados Unidos. Gente negra indigente que no tiene para comer, gente negra que no tiene conocimientos de su pasado, gente negra que no tiene futuro”.
Algunas de las consecuencias personales de su decisión fueron: se le retiró el título de campeón mundial, fue suspendido para pelear por tres años, multado en 10 000 dólares y sentenciado a cinco años de prisión —aunque no llegaron a encarcelarlo—.
Ali, que nunca había dejado de predicar por los derechos civiles y contra la guerra, volvió al ring en 1970. Un año después perdió por puntos con Joe Frazier, protagonizando la mejor pelea de todos los tiempos. Fue dos veces más campeón mundial, peleó en doce países y cuatro continentes, y se retiró en 1981 con un récord de 56 peleas ganadas y cinco derrotas —de las últimas cuatro, perdió tres—.
Ali, en su momento campeón del mundo, millonario, joven y famoso, fue un intruso que les dio voz a los desclasados y marginados descendientes de esclavos. Sus decisiones y acciones, aparte de haber sido determinantes en los logros civiles, elevaron la autoestima y la percepción de futuro de los afroestadounidenses, y de esto fui testigo.
En 1978, tres años después de que cayera Saigón y Estados Unidos retirara definitivamente sus tropas de Vietnam, fui a vivir al país del norte para jugar básquet universitario. La última pelea que Ali ganó, recuperando el título mundial, fue en setiembre del 78, frente a León Spinks. Una semana antes de la pelea, en cualquier lugar de la universidad, de a uno o de a veinte, pero siempre con una sonrisa, los estudiantes negros, en voz alta y acompañando el ritmo con un brazo en alto, iban y venían cantando Ali, Ali, Ali! En cualquier momento, no importaba dónde, Ali, Ali, Ali! Y las conversaciones eran sobre qué había dicho, hecho, consecuencias, anécdotas, vivencias del boxeador convertido en leyenda viviente. Una semana después de la pelea se seguía escuchando Ali, Ali, Ali!
Cuando llegué a la universidad, una de las primeras cosas que me llamaron la atención fue que en el comedor había dos mesas donde se sentaban solamente los estudiantes negros, que en las aulas pasaba algo similar y en el vestuario del equipo también. Blancos por un lado, negros por el otro. Lo curioso es que los latinos teníamos un estatus similar al de los afrodescendientes, así que yo estaba habilitado para el Ali, Ali, Ali! Esos días escuchando a los brothers (hermanos) hablar de su héroe, junto con el Ali, Ali, Ali! —tené presente que yo era un adolescente de diecisiete años que venía de una dictadura— me quedaron emocionalmente grabados.
Ali, Ali, Ali, Ali, Ali, Ali!
Muhammad Ali tituló su autobiografía El más grande. No estoy seguro de que haya sido el más grande deportista de todos los tiempos. Cuando lo suspendieron del box tenía veinticinco años y volvió próximo a los veintinueve. Para mí que nos perdimos de verlo en su mejor momento. Pero lo que sí tengo claro es que hay que ser mucho más grande que el más grande deportista de todos los tiempos para darle voz hasta al más pequeño.