Una vez más el cuento del cuento. En el que siempre pierden los mismos. El de los jugadores cabeza de turco que deben ser castigados públicamente a instancias de ellos, que no solo son los buenos, sino los dueños de la verdad.
El grave problema de nuestro básquet no es el protagónico de Esteban Batista en la telenovela montada finalizado el Preolímpico —¿hechos reales?—, sino el fracaso de la administración de Castillo al frente de la Federación y la funesta influencia que ejerce una parte del periodismo especializado en la elaboración de opinión.
La selección de básquet tenía como objetivo llegar en quinto lugar. Lograrlo hubiera sido casi una hazaña. La soñada clasificación se convertiría en realidad dejando afuera a Canadá y Venezuela, ya que Argentina, Brasil, Puerto Rico y Dominicana, por los planteles con que concurrían a la competencia, era difícil que no ocuparan las cuatro primeras plazas.
En los torneos de selecciones el potencial de una representación nacional depende del grado de adhesión que muestren sus jugadores estrellas. No es la misma Argentina la que va a un Sudamericano, un Preolímpico o un Mundial. Depende directamente de los jugadores que integren el plantel. El caso de Brasil, que esta vez concurrió sin tres NBA, se disimuló por la sobrepoblación de jugadores de alto nivel. Venezuela, que lanzaba una nueva generación, llevó todo lo que tenía. No era el caso de Canadá, que cuenta con varios NBA que no se interesaron en jugar.
Los planteles fluctúan de un campeonato a otro. El celeste no, siempre es el mismo. La adhesión de nuestros cra en cada convocatoria es casi siempre del cien por ciento. Lo positivo es que juegan mucho juntos, y lo negativo es que, aparte de atender sus contratos profesionales con los respectivos clubes, en todas las competencias renuevan un desgastante compromiso con la selección. Si Uruguay tiene alguna chance de acceder a algo es por esta incomparable incondicionalidad.
Lo conmovedor, en estos tiempos de valores mercantilizados, es que, a diferencia de sus pares de otros países, los jugadores uruguayos aceptan que la Federación no les dé un seguro de trabajo que los proteja de lesionarse y poner en riesgo sus contratos clubistas. En cuanto al gastado argumento de que estos torneos son una vidriera para que lleguen a nuevos mercados, sí, es cierto, pero los que lograron abrirse puertas en el exterior bien podrían hacer como sus colegas de otras nacionalidades y elegir a qué torneo asistir y a cuál no. O sumarse unos días antes de la competencia al equipo, como también sucede. Los nuestros se entregan siempre de principio a fin en forma incondicional, sin tener nada para ganar.
En este Preolímpico la selección mayor jugó su primer torneo con las modificaciones reglamentarias introducidas pos-Mundial Turquía 2010. Estas, entre otras cosas, no solo alejaron la línea de tres puntos cambiando los espacios, sino que incidieron en el ritmo de juego. El nuevo básquet, más de un año después que en el resto del planeta, será la atracción de la liga doméstica que está próxima a iniciarse. Nuestra federación ha sido la última del continente en incorporarlas. Varios jugadores de la selección y el entrenador mismo conocieron en la preparación al Preolímpico el nuevo básquet. Esto, por anunciado, aceptado y naturalizado, no deja de ser un fracaso.
En medio del torneo, el presidente Castillo, que suele aparecer como la solución cuando en realidad es el problema, organizó una reunión con Osimani y Batista para que todos tiraran para el mismo lado, cosa que siempre hicieron. De este intento, que debería haber sido cosa de la interna, me enteré hasta yo, que estaba sentado en mi casa. ¿No sería mejor que Batista y Osimani llamen a una reunión entre Castillo y Jayson Granger para que limen asperezas y nuestra joven perla del básquet internacional se sume a la selección? Estoy seguro de que a Batista y Osimani les vendría bárbaro. Si sale bien, en una de esas estos dos deportistas profesionales que jugaron en todas partes del mundo —NBA, Euroliga, Liga Española, básquet universitario estadounidense—, le explican al presi cómo hacer para que Kiril Wacshman, un estadounidense con nacionalidad uruguaya, se sume a nuestra selección. Esto, por anunciado, aceptado y naturalizado, no deja de ser un fracaso.
Sé que me voy de tema, pero esta te la tengo que contar: En el Preolímpico europeo que se está jugando en Lituania en este momento, forma parte de la selección turca un extraordinario y joven jugador de nombre Emir Preldzic, que en las Olimpíadas del 2008 jugó por ¡Eslovenia! Como llevaba años viviendo en Turquía le ofrecieron nacionalizarse y, gestiones dirigenciales mediante, ahora juega por Turquía.
¿Y el fixture del campeonato? (si no estas al tanto, leé la columna anterior, Cosas por el estilo). ¿Cómo vamos a tener fuerza política cuando los presidentes de cada federación se reúnen en todos los torneos que se organizan en Sudamérica —formativas, femeninos, etc.— y el nuestro va solo a los de mayores? ¿Y el Panamericano que vamos a jugar en un par de meses? No tenemos entrenador ni concepto de cómo lo vamos a encarar. ¿Vamos con una selección de promesas o...? Así es como se construye un fracaso.
Lo otra conclusión de este Preolímpico es que con el periodismo que cubrió la transmisión televisiva de VTV el básquet no tiene futuro. Formadores de opinión infantilizados que son incapaces de comunicar la atrapante simpleza de un juego que es salto largo, danza, lucha libre, tiro al blanco, improvisación de teatro callejero y alegría. No es necesario que hagan ver la superproducción cinematográfica de complicidades, el sudor intelectual que esconde ese ajedrez humano que es el deporte del cesto. La pobreza en sí la da el énfasis que ponen en alimentar expectativas casi imposibles de alcanzar, en exacerbar la humana incompatibilidad humana, en proveer a la picadora de carne y hueso de comentarios que tocan los cimientos emocionales de los actores. Y mejor ni hablar de las momentáneas pérdidas de contacto con una realidad que luego volverán a comentar, también a la ligera, para obtener un resultado opuesto al anterior, que siempre estará teñido por el color del tanteador.
Lo medular de la situación es que no entienden el juego. No digo que deberían hacerlo como un técnico o un jugador profesional. No, no, nada de eso. El problema es que no entienden lo básico. Dos ejemplos: Canadá en el tercer cuarto le toma veintiún puntos de ventaja a Uruguay doblando en defensa a un extenuado Batista y saliendo rápido. Los periodistas dicen que es una vergüenza, que no están metiendo, que están peleados entre ellos y... Un entusiasta Borselino entra por Esteban, García Morales hasta ese momento sin juego asume protagonismo y anota ocho puntos corridos, el equipo es más pequeño y como renovó su energía defiende y corre mejor la cancha. Los canadienses ya no anotan en transición, pierden referencias defensivas, y en ofensivas de media cancha nuestros internos no permiten que pongan la pelota cerca del cesto. Nada raro y todo bastante evidente. Pasa Uruguay por cinco. Entonces ya no están peleados, ponen lo que siempre pedimos que pongan, el presente honra al pasado, y cosas por el estilo.
Pero lo tragicómico de los empresarios del periodismo deportivo sucedió en la semifinal entre Argentina y Puerto Rico. Faltando ocho minutos para terminar el partido —una eternidad—, con Argentina ganando por once, uno de los periodistas dice el disparate de que el partido está cerrado. Puerto Rico, que históricamente es el básquet más combativo de América, tiene por grandes figuras dos NBA que apenas llegan al metro ochenta y que son extraordinarios tiradores de tres puntos. Por si fuera poco, los rioplatenses tenían a todos sus internos con faltas. Los caribeños tenían capacidad de anotar, por lo tanto podían reducir la diferencia y les sobraba tiempo para hacerlo. Perdieron por dos puntos con un tiro sobre la bocina que les podría haber dado la victoria. Nunca se escuchó una autocrítica del estilo lo dije porque pensé esto o lo otro. Los dioses no se excusan ante los humanos.
Esta forma de concebir la comunicación deportiva es nefasta ideológicamente para nuestra sociedad. Con su ejemplo pauperiza la lectura de situaciones y las formas de abordarlas en busca de hacerlas crecer o solucionarlas. Con un periodismo así, jugar por Uruguay es exponerse. ¿A vos te gusta exponerte?
Del equipo no me gustó que perdiera la batalla de la puerta del vestuario. Si inventan cosas y te tiran basura para adentro hay que salir a desmentir, a advertir que no lo vas a tolerar, y si es necesario hasta se deben tomar medidas. Hoy le toca a Batista, ayer fueron García Morales y Osimani, mañana va a ser Jauri. No se salvó ni Uslenghi, nuestro árbitro de renombre internacional. Por el resto, gracias muchachos, gracias una vez más por dar hasta lo que ya no tenían. Gracias por esta actuación en carne viva.
Y estoy de acuerdo con las declaraciones del presidente y de los empresarios del periodismo deportivo en que ya es hora de que el básquet busque un nuevo camino. Abierta queda la columna para los que quieran intercambiar opiniones con el objetivo de empezar a andarlo. Por mi lado, aporto una de las pocas certezas que tengo sobre el arte del básquet, que, confieso, en estos días me quitó el sueño pensando qué diferentes podrían ser las cosas con un poquito más de cabeza: Los partidos nunca empiezan a la hora programada. Siempre lo hacen antes. Mucho antes.