El 27 de noviembre de 1983, exactamente treinta y un años atrás, al finalizar el acto del Obelisco conocido como Río de Libertad, me crucé con un amigo del básquet, bastante mayor que yo y muy politizado, que al verme tan entusiasmado con el inminente retorno a la democracia me advirtió: “Tatín, ¡ojo con las expectativas! Por supuesto que la democracia es mucho mejor que esta dictadura, y por supuesto que hay que sacarse de arriba a estos milicos gorilas y asesinos, pero —y se acercó para mirarme en los ojos— mirá que los políticos son capaces de cualquier cosa, ¡de cualquier cosa!”.