El espectáculo de la multimillonaria NBA —mientras el gangsterismo político estadounidense predica estar retirando sus tropas militares del pauperizado Irak, donde durante una década ha buscado armas secretas que habrían hecho unos hombres muy malos y que podrían destruir al planeta enterito en un santiamén— tiene por eslogan where amazing happens, que sería algo así como donde lo asombroso sucede. Los creativos publicistas de la NBA no mienten ni un poquito.
Uno de los impactos del inicio de temporada es el deambular del Miami Heat, del que, con la llegada de los estelares Lebron James y Cris Bosh al equipo de Dwayne Wade, se esperaba un show en cada presentación, y en cambio ganan lo mismo que pierden. No es sencillo armonizar tanto talento. Y las crisis que generan crecimiento hay que vivirlas. El joven entrenador Eric Spoelstra, sin mucho éxito, está poniendo énfasis en estructurar una defensa que respalde el poder ofensivo. Si tienen paciencia —y sería más fácil si consiguen un pívot con presencia en la pintura—, no sería sorprendente que sobre el cierre de la temporada regular nos encandilemos todos con el equipo que muchos esperaban ver desde un inicio.
Continuando con la conferencia Este, los Boston Celtics, Orlando Magic y Chicago Bulls son los otros posibles semifinalistas. Boston, que en la temporada pasada transpirando hasta la última gota de sangre perdió las finales con los Lakers, contrató al Shaquille O’Neal viejo y aburrido que todos los años cambia de equipo, con la esperanza de que, motivado por la oportunidad de encontrarse de frente en una final con sus ex compañeros Kobe Bryant y Phil Jackson, se convierta en Shark-Kill O’Neal y les mastique un rato a Pau Gasol, el catalán que en la actualidad es el mejor hombre grande del planeta. La presencia del gigantón, junto a Glen Davis, Garnett, el lesionado Perkins y el turco Erden, debería ser suficiente para, también, intentar detener al pívot de los Magic, Dwight Howard, quien da la impresión de haberse tragado durante la pretemporada un camión cisterna de anabólicos y una sala de pesas. De cualquier manera, por más afónico que se quede el intenso coach Stan Van Gundy, mientras Orlando tenga a Vince Carter durante la temporada regular con un roll protagónico, va a ser poco probable que desarrolle juego como para ganar la conferencia —no puedo opinar sobre lo que hace en la postemporada porque se vuelve invisible—. Y los managers de los Chicago Bulls encontraron en el base Derrick Rose —hijo pródigo de la ciudad— la máquina ofensiva, y en el franco-estadounidense Joakim Noah el patrullero aéreo sobre el cual diseñar un nuevo sueño. Son jóvenes, ganadores, talentosos, mediáticos, competitivos y están bastante bien rodeados, así que el futuro podría pertenecerles. La actualidad no.
En el Oeste, de un año al otro, las cosas no han cambiado mucho. En Los Ángeles, mientras ya se ubican en los primeros lugares de la conferencia, los fanáticos se entretienen hablando de si este año sigue siendo el equipo de Kobe (KaliforniBryant) o si ya es el de Pau (Gasoleros de LA), lo que tiene el mismo sentido que intentar descifrar si un niño quiere más a la madre o al padre. Los jugadores jóvenes de reparto no han hecho otra cosa que mejorar, los veteranos intentan resistir el paso del tiempo, el eléctrico base Steve Black —recién llegado— busca cómo ser útil, el veterano interno Theo Ratliff, lesionado, apenas ha jugado, al tiempo que la posibilidad de conseguir el tricampeonato está directamente relacionada con que Ron Artest estabilice su producción y Andrew Bynum supere su eterno problema de rodilla. Si esto sucede, hoy podemos dar por un hecho que la final de conferencia será con los San Antonio Spurs —mejor récord de liga— del incontenible rioplatense Manu Ginóbili.
Sorprendiendo a todos, en poquito tiempo Greg Popovich, entrenador de los Spurs, logró hacer de un balanceado equipo que tanto podía jugar ofensivas de media cancha como impactar con contragolpes aislados, uno de constantes transiciones ofensivas y defensivas, convirtiéndolo, junto con el Oklahoma City Thunder, en una de las dos franquicias más agradables de ver jugar. Y lo ya dicho: ganan. Tony Parker con el nuevo estilo es un pez en el agua, y Tim Duncan, que juega menos minutos, cuando está en la pista volvió a ser el target de sus compañeros. Y hablando de Oklahoma, confieso que ya la temporada pasada me había seducido. Es que, desamorado por la falta de identificación con los New York Knicks de Mike D’Antoni y su juego de posesiones cortas, más la falta de espíritu defensivo y combatividad bajo los tableros, ya me daba lo mismo que ganaran o perdieran. Así que, desde ahora, ¡vamoarriba Kevin Durant y sus amigotes!
El Thunder —trueno— de Oklahoma bien podría llamarse Kevin y el tronar de botijas. El arácnido Durant —afroamericano, 22 años, 2,06 de estatura— hoy hace lo que se suponía que quizás podría hacer dentro de unos años. En el draft del 2007 fue elegido con el número 1 por los Seattle SuperSonics —la franquicia cambió de nombre y se mudó a Oklahoma—. Al año siguiente fue rookie del año y en el 2009 se convirtió en el líder anotador ¡más joven de la historia de la liga! Y cuando en la final del Mundial Turquía 2010 —USA mandó una bandita de estrellas emergentes con un par de veteranos— liquidó a los sobregirados locales en un solo cuarto, fue que saturó la capacidad de asombro. A este, no importa dónde o con qué reglas se juegue, no se le encoge el brazo. A los 21 años, como si hubiéramos retrocedido tres décadas, cuando los estadounidenses ganaban mundiales y olimpíadas con jugadores universitarios, fue elegido el jugador más valioso del torneo. Hoy ya es mejor tirador a distancia de lo que llegó a ser Jordan, de lo que es Kobe o de lo que podría llegar a ser Lebron. El atómico base Russel Westbrook y el pívot congoleño Serge Ibaka, que aún no han cumplido los 22 años, son los compañeros de mayor proyección que, en el tercer plantel con promedio más bajo de edad de la liga, tiene el silencioso, dócil y simpático asesino a sueldo de Kevin (en este preciso momento está sin jugar por un esguince de rodilla).
En mayo, salud mediante, y si nada raro sucede en las transacciones pos juego de las estrellas, tendremos en el este una final entre los dos que sobrevivan de Boston, Orlando y Miami, donde los Celtics, al día de hoy, se muestran mejor. Si Miami logra que Lebron (entró en crisis con el inicio de la postemporada 2009-2010 y aún se debate) complete el aprendizaje de cómo llevar un equipo a lo más alto, entonces las malas sensaciones de hoy podrían convertirse en muy buenas. En el oeste, los latinos Manu y Pau disputarán en la final de conferencia el derecho a jugar una nueva final de liga, y el de cuál de los dos le va a disputar al croata Toni Kukoc el cetro de la síntesis de mejor jugador FIBA-NBA de todos los tiempos. Lakers, si recuperan a Bynum, y Celtics, si no se rompen los viejitos, se encontrarán cara a cara una vez más en la final reeditando el clásico más clásico del megamillonario negocio del entretenimiento deportivo estadounidense.
La semana que viene, en la próxima entrega, dejamos el ajeno basket show, donde lo asombroso sucede, para analizar lo que pasa en nuestro querido y detenido en el tiempo basket folk, donde lo asombroso no es obra de creativos publicistas.