El año pasado escribí una columna —En busca del tiempo perdido— en la que dediqué diez párrafos a los nutritivos pasos que en un año de gestión había dado la administración entrante de la Federación Uruguaya de Básquetbol, y tan solo uno a lo que creía, y creo, que queda por hacer
Lo cierto es que en pocos meses nuevos logros se han materializado. Por ejemplo, el básquet femenino, formativo y adulto, transita un Big Bang: nuevas instituciones involucradas, modificaciones en las competencias, seguimiento de jugadoras y selecciones estables, al frente de ellas un cuerpo técnico capacitado, e incluso algún resultado valioso. Y por si todo esto fuera poco, el coqueto y transpirado CEFUBB (Centro de Entrenamiento de la Federación Uruguaya de Básquetbol), cuna que arrulla la formación de nuestras botijas, no para de evolucionar.
La reactivación del torneo sub-23 es otra instancia positiva. Es un intento concreto de crear condiciones para que los jóvenes tengan una competencia en la que desarrollarse.
También es destacable la buena organización en los partidos de la selección. Fueron disfrutables los espectáculos de la AmeriCup y la ventana mundialista. En cancha, la selección se mostró competitiva y, más allá de los resultados, se ganó a la escasa y tímida hinchada que la siguió, que no era justamente una basquetbolera, sino más bien familiar, algo similar a lo que sucede en el Centenario cuando juega la Celeste de fútbol. Y hay que valorar la adhesión de los jugadores, que en su totalidad asumieron con responsabilidad el compromiso, cosa que no sucedía con la anterior administración a causa de las malas relaciones que varios deportistas tenían con el presidente de aquellos días. Disfrutamos de la vuelta de Jayson Granger, de la presencia y el alto nivel de Batista, y de la disponibilidad y el compromiso de todos —Bruno Fitipaldo viajó desde Italia—. Los resultados, que importan y mucho, supieron acompañar al grupo. El Himalaya de estos fue la inédita victoria de visitantes ante Argentina en competencias oficiales. ¡Histórico!
Energías positivas envuelven a nuestra selección absoluta, y la posibilidad de volver a un Mundial luego de treinta y dos años es real.
Pero quedan cosas por hacer, y también por deshacer. Por ejemplo, que se haya votado que en la temporada 2018-19 se juegue la Liga con tres extranjeros. En el salto inicial de los partidos, de los diez jugadores en el círculo central, tan solo cuatro serían elegibles para la selección (un nacionalizado también podría serlo). Los tres extranjeros —y tomo distancia de lo que sucede en las millonarias ligas del mundo— disminuyen la posibilidad de desarrollo de los nacidos en nuestra tierra. Los tres extranjeros son una bomba de napalm que va a quemar y postergar a más de un joven.
Una de las cosas que están pendientes es reorganizar la forma de competencia de la Liga Uruguaya. Es una situación que me transporta a la que se vivía a fines de los años setenta y la década del ochenta, cuando manifestaba que jugar en canchas abiertas desnaturalizaba al básquetbol. Hoy, en el 2018, se trata de no continuar desnaturalizando la temporada regular y los play off, que es lo que sucede al jugarse los partidos de play off en el Palacio Peñarol.
Me explico: Los resultados de la temporada regular son los que van a determinar qué equipos pasan a los play off y, según su clasificación, cuáles serán sus ventajas o desventajas deportivas. Los que terminen en las primeras posiciones tendrán el privilegio de enfrentarse a los que ganaron menos y que supuestamente son más débiles. El otro gran beneficio es iniciar con ventaja de localía, cosa que no sucede porque todos los partidos se juegan en el Palacio Peñarol, que es un escenario neutral.
Nos hemos adaptado y naturalizado las consecuencias negativas de una estructura competitiva ilógica. Jugamos al negabásquet, el básquet de la negación, el básquet que no acepta la realidad de que la forma en que competimos es paradójica. Quizás sea más preciso llamarlo basquetgaño, el básquet del autoengaño, porque todos sabemos del error pero hacemos de cuenta que no es tal.
¿Y cómo impacta fuera de la capital el basquetgaño? ¿Será posible soñar y proyectarse con ser parte de la Liga Capitalina de básquet perteneciendo a alguno de los otros dieciocho departamentos? Y si un club del interior se gana un lugar en la Liga Montevideana de Negabásquet y logra clasificar para los play off, ¿su hinchada va a tener que viajar hasta el templo peñarolense cada vez que juegue el equipo? La posibilidad de que se expanda por las rutas nacionales lo que curiosamente llamamos Liga Uruguaya nos sonríe condescendiente.
Y tenemos para elegir. ¿Cómo preferís llamar a esta realidad: Liga Uruguaya de Negabásquet o Liga Uruguaya de Basquetgaño?
Nota del columnista: Agradezco el comentario de Héctor de Aurrecoechea Aldabalde por hacerme ver el error que había cometido. La columna ya fue editada y error subsanado. ¡Buen abrazo, Héctor!