Lo no dicho trata sobre el consumo problemático y la adicción. Esta tercera entrega explica por qué es una enfermedad, sus características y detonantes.
La adicción es una enfermedad mental, física y emocional que afecta negativamente todos los aspectos de la vida de una persona.
El aspecto mental de la dolencia es la obsesión, que es el abrumador deseo de consumir a partir de un incesante flujo de pensamientos relacionados con el consumo.
El aspecto físico es la compulsión, que es un impulso irracional e irresistible, contrario a la voluntad de quien lo padece, de consumir sin tener en cuenta las consecuencias.
La parte emocional se refiere al egocentrismo, la autodestrucción y la desconsideración del adicto hacia su entorno.
Esta dolencia tiene por características ser involuntaria, primaria, progresiva y crónica:
• Involuntaria: No es adicto quien quiere sino quien puede. La dolencia está determinada fundamentalmente por factores biológicos —más adelante volvemos sobre estos factores.
• Primaria: Es muy común concebir la adicción como una consecuencia de trastornos de personalidad ocasionados por algún trauma. Al adicto y a su entorno les cuesta comprender que a él/ella le tocó esta enfermedad, así como a otras personas les tocan otras —cáncer, diabetes, hipertensión, etc.—. Este concepto es importante para luchar contra el estigma social que considera al adicto falto de ética y moral. La coexistencia con un desorden mental —ataque de pánico, trastornos de la personalidad, depresión, esquizofrenia— es bastante común y se llama comorbilidad.
• Progresiva: Aumenta la frecuencia del consumo y se multiplican las cantidades para obtener el efecto deseado. Esta condición de la enfermedad se observa en el deterioro creciente que sufre la persona en los planos psicológico, familiar, social, ético, económico, físico, médico, etc.
• Crónica: Es la condición de continuidad. La adicción siempre estuvo y siempre estará, aunque la persona nunca haya consumido o haya dejado de hacerlo, y permanecerá en estado latente en caso de que la persona se recupere. Esto implica que el adicto debe atenderse de manera continua para evitar recaídas y neutralizar las características destructivas de la enfermedad. Es necesario entender cómo funciona para aprender a convivir con ella y que no se manifieste en objetos sustitutos — dejás la cocaína y empezás con compras compulsivas, por ejemplo—.
Pero para que se instale la enfermedad se tienen que dar cuatro condiciones o, mejor dicho, cuatro detonantes. Ellos son: genética, personalidad, oportunidad de consumir y condiciones de vida.
• Genética: Los genes cumplen un rol clave en la vida del adicto. Lo que hace a la enfermedad son factores biológicos heredados. Así como una familia tiene predisposición genética a la obesidad, los problemas cardíacos o el cáncer, también puede tenerla a la adicción. Y el encendido génico —factor estresante que activa una enfermedad en estado latente— depende directamente de la personalidad, las oportunidades de consumo y las condiciones de vida. Un adicto nace adicto, pero no necesariamente tiene que desarrollar la enfermedad. Esta se puede prevenir desde el ámbito educativo, familiar, social, de las políticas públicas, etc., redoblando los esfuerzos ante aquellas personas y entornos con mayor riesgo. Es bueno que tengas bien claro que el factor genético no determina necesariamente la manifestación de la adicción. No somos prisioneros de la genética.
El testimonio de Juan Pedro, cincuenta y dos años, casado, dos hijos, dieciséis años limpio, en cuyos ojos todavía es posible ver los relámpagos de las tormentas pasadas, ayuda a entender el concepto:
Cuando me explicaron que mi adicción al alcohol era hereditaria, me levanté y me fui. Era un disparate. Jamás vi a mi padre o a mi madre con una copa en la mano. ¡Ni siquiera a fin de año! Me enojé mucho. Me pidieron que averiguara de mis abuelos. Yo no los había conocido y mis viejos nunca hablaban de ellos. Era como si no hubieran existido. No le di ni pelota al tema hereditario. Pero un día fui a visitar a unos tíos que les tengo mucho cariño y que últimamente no se daban mucho con mis viejos, y quedé sorprendido. Mi tía materna contó que su padre, que nunca estaba en casa porque trabajaba mucho, había fallecido relativamente joven en una pelea en un bar. Una semana después fui a visitar a un tío paterno. Este, después de ofenderse porque no quise compartir con él una copita de vino casero, a modo de confesión recordaba con tristeza cómo su madre, que no salía de la casa, se caía al suelo borracha, se quedaba dormida en el piso, y cómo les costaba a él y a sus hermanos llevarla a la cama. Mis viejos tenían antecedentes. Y evidentemente por algún tipo de rechazo se mantuvieron alejados del alcohol. ¡Jamás tocaron una copa! Pero yo, el hijo de ellos, la sangre de su sangre, sí agarré la copa y después no la podía soltar.
Otro buen ejemplo es el testimonio de David, catorce años limpio de alcohol y cocaína, que, mientras sonríe con real dominio de la situación, lo explica:
La madre de mi hija y yo somos adictos. Pero también tenemos una dentadura complicada. Nos pasamos la vida yendo al dentista. Entonces a la nena la tenemos que prevenir no de una cosa sino de dos: los dientes y la adicción. Por ejemplo, que no inicie un proceso adictivo con la computadora, la tele, los videojuegos y cosas por el estilo, y que tampoco coma caramelos y se lave bien los dientes después de comer y antes de dormir.
• Personalidad: La genética, para que detone la enfermedad, debe estar acompañada de una personalidad egocéntrica, hipersensible, impulsiva, extremista, manipuladora, de baja tolerancia a la frustración, que suele tener problemas con los límites y la autoridad, que a raíz de su baja autoestima suele mostrarse soberbia, y que tiene un comportamiento compulsivo y un patrón mental obsesivo.
• Oportunidad de consumir: Es la posibilidad de acceder a un objeto de adicción. Se trata de entrar en contacto, de quedar a tiro, de poner un pie en ese mundo. El resto sucede solo.
• Condiciones de vida y relaciones sociales: No alcanza con los tres detonantes anteriores para que se instale la enfermedad. Esta necesita un ámbito personal, familiar, comunitario y social propicio para establecerse. Un ser con un entorno sano —necesidades afectivas, normativas y nutritivas cubiertas en forma suficiente y equilibrada— no tiene por qué desarrollar adicción. Episodios de violencia psíquica, sexual, familias disfuncionales —reglas, normas y límites que no son claros, doble discurso— son la levadura de esta enfermedad.