Lo no dicho es un libro de mi autoría —publicado en abril del 2013— que tiene como objetivo poner sobre la mesa qué es y cómo funciona la adicción. Esta es la segunda entrega de varias que persiguen el mismo fin.
La sociedad de consumo es generadora de conductas adictivas. En la conducta adictiva se actúa, con ausencia de control, en busca de gratificación inmediata o para salir del displacer. Conducta adictiva no es lo mismo que hábito; en este se repite una acción en forma voluntaria y controlada.
Existe un consumo necesario y otro placentero. Este último responde al deseo. Necesidad es la carencia de algo esencial para la vida. Deseo es el anhelo de cumplir una voluntad, de saciar un gusto. En la sociedad de consumo, que nos crea necesidades y a la vez las satisface, constantemente estamos confundiendo necesidad con deseo. Es como que al día de hoy nos regimos por el principio de placer y no por el de realidad o necesidad.
Dentro del consumo deseo-placentero, que produce efectos agradables, hay algunos que implican costos emocionales —resaca, malestar, culpa, arrepentimiento, etc.—. En el abuso de estos efectos agradables los costos emocionales aumentan y lentamente se empieza a perder contacto con la realidad —consumo, euforia, bajón, consumo, euforia, bajón y cada vez más cerca de la depresión—.
Transitado este trayecto llegamos a la estación Consumo Problemático. Hay algunos que se bajan en esta parada y retoman su vida con normalidad, pero también puede suceder que se accione un rígido mecanismo de defensa orientado a mantener el consumo. La persona miente, manipula, minimiza, generaliza, proyecta, ataca, culpa, evita y hasta sublima el estilo de vida que dice haber elegido. ¡Loco, no seas careta, ta todo bien conmigo!
Los que mantengan el consumo no van a percibir que sus capacidades mentales, emocionales y físicas han variado, que su normalidad es otra. Más adelante, cuando avance el proceso de deterioro —continuidad de pérdidas físicas, materiales, emocionales y sociales—, consumirá para buscar la normalidad de otros tiempos, intentando salir del displacer. De aquí a ¡patapúfate! romper su escala de valores es cuestión de tiempo.
Este cuento es del Pato, dieciocho años de edad, una hija, dos años limpio del Hiroshima emocional de la pasta base:
Vos vas manejando y la enfermedad va en el baúl. Al rato ves por el retrovisor que se sentó en el asiento de atrás. Luego, simpática ella, se acomoda en el lugar del acompañante. Te da charla. La verdad que parece macanuda. Y como a quien no le interesa te pide que la dejes manejar. Solo un poquito, ¿sí? ¡Que no! Al rato prueba de nuevo. Al final la dejás, pero solo un poquito. Entonces cruza tres semáforos en rojo.
Para que todo esto suceda, el proceso adictivo cuenta con cuatro poderosos y silenciosos aliados, que son la negación, el autoengaño, la ilusión de control y la memoria selectiva.
Del consumo deseo-placentero se llega al problemático, y que este se transforme en adicción depende de cuatro detonantes: