El referéndum del próximo 26 de octubre por la baja de la imputabilidad nos está dando a los uruguayos la posibilidad de ser parte activa en la historia de nuestro país, de incidir en la construcción de nuestra joven identidad nacional y de expresar con claridad qué democracia queremos construir.
Hoy tenemos un país donde a ciertos seres humanos, al nacer, la vida los muerde en el cuello y ya no los suelta más. Mal nutridos desde la cuna, crecen en viviendas precarias, húmedas, donde no se pueden evitar los fríos y calores extremos, con padres o gente a cargo que en muchos casos son incapaces de darles un mínimo indispensable material, afectivo y normativo, abusados psicológica y emocionalmente por una cotidianidad absurda a la que tampoco es ajeno el abuso sexual. Todo es violencia y carencia en sus existencias. Eso sí, para adormecer el dolor tendrán a su disposición todas las drogas: nicotina, alcohol, pasta base, marihuana, bolas pa’rriba y pa’bajo, merca, etc., y así el monstruo de la adicción, que ya los rodeaba al nacer, empieza a crecer dentro de ellos. El contacto con la realidad se vuelve una nebulosa y se empieza a perder el sano juicio.
La escala de valores de estos seres humanos nunca va a ser la misma de uno que creció en un ambiente con las necesidades mínimas cubiertas. Su escala de valores está marcada por la violencia. Una violencia en la que nacieron y crecieron adaptándose a ella, y que les es tan natural como que cuando sale la luna se oculta el sol. No hay escalera al cielo para ellos sino puerta al infierno, y al llegar a la adolescencia —etapa caracterizada por la ambivalencia, donde cada individuo explora sus opciones— la naturalizada violencia es una de las alternativas más familiares para abrirse paso en la vida.
¿De dónde se pueden agarrar estos botijas, que no tienen modelos alternativos a sus padres, cuando la vida los apremie? La red social de contención —amigos, vecinos, familiares, centros de estudio, organización barrial, clubes, ayuda gubernamental, etc.— que les permitiría respirar hondo, reconocer dónde están parados y ver con claridad qué caminos tienen por delante, es insuficiente cuando no inexistente. Una de las opciones que se les presentan a diario, que tienen al alcance de la mano, en un inestable período de la vida donde cada día se decide algo diferente, es la de agarrar un fierro y salir a delinquir; delinquir regalados, porque ni siquiera han tenido quien les enseñe cómo hacerlo. Rubén Blades lo dice en una de sus canciones: Hasta pa’ ser ladrón hay que estudiar. Y una vez que delinquen, ¿cómo hacen para parar? Condenados por el paso del tiempo, la enajenación en que viven es tal que hasta creen que el negocio de ellos es robar. El negocio es llevarla como puedan hasta que en un tiroteo callejero todo se termine o, en el mejor de los casos, pasarse la vida entrando y saliendo de la cárcel.
La conquista social de nuestros días es terminar con la realidad de conciudadanos que nacen, viven y mueren en estado de exclusión social. Y toda conquista social tiene su precio: el 1º de mayo, Día de los Trabajadores, es la fecha en que en Estados Unidos la justicia ejecutó a cinco anarquistas que reivindicaban las ocho horas de trabajo y otros derechos laborales que hoy nos parece natural usufructuar. ¿Cuántas vidas directa o indirectamente han costado la independencia, la conquista del voto universal, la igualdad de derechos de las mujeres, de los afrodescendientes y otras minorías étnicas, la construcción de una democracia, etc.? En esta conquista de nuestro tiempo, la de un país sin excluidos, también se van a dar situaciones de inmensa injusticia, de muertes malas. De hecho, es lo que están explotando los que promovieron este referéndum.
¿Qué pensarían de esta propuesta humanistas como Jesús de Nazaret, Sidharta Gautama —más conocido como el Buda—, Mahoma, Moisés, Lao Tse o Confucio? Personalidades que cambiaron al mundo como Mohandas Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela ¿argumentarían a favor o en contra de la baja de la imputabilidad? El loco lindo de Albert Einstein ¿qué diría? Artistas que han generado pensamiento existencial como Antonio Machado, Chaplin y Lennon ¿meterían a la cárcel a adolescentes de dieciséis años? Ansina, Artigas, Aparicio, José Batlle y Ordóñez, Grauert, Wilson Ferreira Aldunate y Liber Seregni ¿votarían a favor o en contra? El Quijote de la Mancha, junto a su fiel escudero Sancho Panza, lanza en mano sobre Rocinante, arremetería contra quienes propusieron el referéndum.
¿Y Obdulio? ¡Ja! En esta jugada ¿dónde se pararía el gran capitán celeste de todos los tiempos? Cada vez que lo veo recibiendo la copa del mundo en Maracaná, entiendo que es una de las hazañas más grandes del deporte, pero también veo a un afrodescendiente en representación de un país tan solo cinco años después de que en Europa habían parado de jugar a la mancha muerte con judíos, gitanos, árabes y otras minorías étnicas. Antes de Maracaná, Obdulio había liderado una huelga que duró casi un año, para obtener ciertos derechos que mejorarían las condiciones laborales de los futbolistas. Esto sucedía al mismo tiempo que en Estados Unidos, en la incipiente NBA, solo se permitía un niger por equipo, y era muy común que cuando el plantel llegaba a un hotel este jugador no pudiera quedarse con sus compañeros porque el reglamento del establecimiento no lo permitía. Si en esos días el histórico capitán celeste se hubiera tomado un ómnibus en Nueva York, Chicago, Los Ángeles o Washington DC, con la copa del mundo entre sus manos, tendría que haberse sentado en el fondo o ir parado a causa de las normas que limitaban los derechos de los afrodescendientes.
Nos sobran motivos para estar orgullosos de nuestra identidad.
Fuimos una de las sociedades pioneras en conquistas sociales como la prohibición del trabajo infantil, la escuela pública laica, gratuita y obligatoria, el voto secreto y universal, la libertad de culto y separación del Estado y la Iglesia, la jornada laboral de ocho horas, el divorcio y el divorcio por la sola voluntad de la mujer, temas de género y raciales, en los últimos tiempos el casamiento igualitario, la interrupción voluntaria del embarazo y muchos otros avances sociales que hoy están naturalizados pero que en su momento sirvieron de guía al mundo. Claro que también tenemos nuestras vergüenzas: la traición y el etnocidio de nuestro pueblo originario a manos de Rivera en Salsipuedes, la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, la dictadura de Terra, la de Bordaberry, el Goyo y compañía. Y me pregunto, si el referéndum consagra la baja de la edad de imputabilidad, ¿dónde lo pondrá la historia? ¿Entre las conquistas sociales pioneras o entre las vergüenzas?
Uruguay, hoy en día, es una de las sociedades menos violentas de América; es más, reiteradamente en los últimos tiempos hemos sido considerados el país más seguro del continente. En nuestro país no hay grupos semiorganizados que sorpresivamente saqueen supermercados y negocios, o que de tanto en tanto cobren peaje para circular por determinadas zonas; no tenemos asesinos seriales ni desequilibrados mentales que vayan a su trabajo con una 9 mm y maten a todos los que puedan; no tenemos vigilantes que hagan justicia por mano propia; no existen bandas paramilitares ni superbandas que asalten bancos, ni terror policial, ni terror de Estado. Sí tenemos, y es lógico que nos llenen de miedo, las consecuencias de la exclusión social.
Si sos uno de los muchos indecisos y precisás elementos para nutrirte y definir tu posición, me voy a atrever a sugerirte que veas dos excelentes películas que tratan el tema a fondo. Una de ellas es la española de los años setenta Deprisa, deprisa, donde una banda de adolescentes delinque en la desorientada España post-Franco. Lo que hizo que este film se convirtiera en uno de culto es que sus actores son auténticos delincuentes juveniles, no actores. Tenés que ver, dada la oportunidad, guiados y contenidos, qué bien trabajan. Estrellas taquilleras de Hollywood como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger no lo hubieran hecho mejor. La otra película es Pixote, brasileña de los ochenta, donde se muestra cómo un niño —Pixote— se forma como botija chorro. En la escena que más recuerdo, ya sobre el final, Pixote, que tendría no más de catorce años, mira televisión en un cuarto oscuro con el fierro en la mano, cuando llega uno de su banda y le pregunta por João, otro integrante del grupo que hacía tiempo que no veía. Pixote, sin apartar la vista de la tele, le contesta: “João ja morreu” (Joao ya murió).
No está en discusión si hay que mejorar la seguridad. Hay que mejorarla ¡y mucho!, pero no vamos a lograrlo metiendo en la cárcel a los adolescentes infractores que se hicieron chorros no porque quisieran, sino porque la vida a la cual llegaron no les dio suficiente afecto, educación y un mínimo material, y en cambio sí les dio carencias, drogas y un fierro. Estos botijas no están en su sano juicio; su escala de valores está alterada; su mundo interior, vacío, y el único orgullo al que aspiran es que cuando saquen el fierro no se les caiga. Tenemos que aceptar que hay una responsabilidad, una deuda social con conciudadanos que llegan al mundo con la esperanza hipotecada, y que es necesario crear condiciones para que ya no nazcan en nuestro país seres humanos sentenciados a no tener primera oportunidad en la vida, a vivir poco y a tener malas muertes.
La construcción de un país sin excluidos tiene su costo, y cuanto más demoremos en asumir el compromiso el costo será mayor. Es tanto un trabajo de hormigas de la población y organizaciones sociales como debe ser un objetivo de Estado. Después del referéndum sabremos más de nuestras motivaciones, conductas, de nuestra toma de decisiones como colectivo. Es una encrucijada que al tener que enfrentarla nos define y, como en aquella del plebiscito de 1980, se trata de asumir la responsabilidad del hoy, de nuestros días. Somos una sociedad que, por lo transitado, sabemos que desde el futuro la historia nos observa.
El 26 de octubre no hagas caso a tus miedos exacerbados por los medios de comunicación y por quienes quieren sacar renta política de ellos. Ese día es una oportunidad para celebrar tus sueños de un mundo mejor, es una jornada para abrazarnos a eso que tanto bien nos hace y que solemos llamar esperanza.