La serie de cuatro partidos en dieciocho días entre Barcelona y Real Madrid, que finalizó el martes pasado, confirmó la supremacía de los catalanes.
Dos empates a 1, victoria mínima con título —Copa del Rey— para el Madrid y 2-0 por las semifinales de la Liga de Campeones para el Barza dejaron a estos, clasificados a la final de la máxima competencia europea y con la liga doméstica en el bolsillo por tercer año consecutivo. Más allá de anecdóticos resultados deportivos, no hay forma de premiar la apuesta al espectáculo que hicieron los azulgranas ni forma de penar el papelón moral liderado por el entrenador merengue, José Mourinho.
El Barza, gracias a la acumulación de trabajo de dos décadas, se ha convertido, al menos en lo que a fútbol y básquet se refiere, en el club número 1 del planeta. Ambas disciplinas tienen al frente un entrenador principal —José Guardiola y Xavi Pascual— que pasó por las divisiones formativas de la entidad, como último antecedente antes de hacerse cargo del plantel principal. En estas divisiones también es donde se desarrollaron los dos mejores jugadores de los últimos tiempos según FIFA y FIBA: Pau Gasol, actual campeón de la NBA con los Lakers, y Leo Messi, con casi sesenta goles en la corriente temporada.
El desafío es detectar jóvenes talentos en cualquier rincón del mundo y rodearlos de lo mejor para que se desarrollen. Gasol, que hasta el día de hoy se asemeja a una lanza de 2,15 de estatura, tenía problemas para mantener el peso. Messi, un creativo robot que corre a toda velocidad con la pelota pegada al pie, tuvo que hacer un tratamiento con hormonas para crecer. Las casualidades no son tales. El aprendizaje de la técnica individual en formativas es una consecuencia de la identidad de juego que diseña el entrenador del equipo principal. Cuando los chiquilines llegan a la primera todo resulta familiar. Estrategia, tácticas, conceptos, estilo y lectura del juego los aprenden en edades deportivas tempranas. De ahí la confianza y sencillez con que, en forma colectiva, resuelven situaciones complejas.
Esta seductora máquina de jugar fútbol es la continuación de la concepción holandesa de los años setenta. El Club Ayax y la Naranja Mecánica —como se conoce a las representaciones holandesas de los mundiales del 74 y 78— sorprendieron al mundo con una concepción futbolística universal. Son de esa nacionalidad y escuela los cuatro entrenadores que más partidos dirigieron al Barza en su historia. Johan Cruyff estuvo ocho años consecutivos al frente. Fueron seis los años de Rinus Michels en la década del setenta. Louis Van Gaal solo cuatro y Rijkaard, antes de que asumiera Guardiola, cinco. De paso, ya que estamos, la Holanda que jugó la final en Sudáfrica no tenía nada de nada que ver con aquel fútbol.
En esa concepción, si bien hay jugadores mejores que otros y alguno —Messi— que hace la diferencia a favor, ninguno es irremplazable. Es un todo que no depende de ninguno en particular. Se juega igual de local que como visitante, se trata la pelota con delicadeza y no existe el foul táctico ni se apuesta a engañar al árbitro de turno. Todos disfrutamos de esta utópica propuesta y España, campeona del mundo, es la que más se ha beneficiado. El Barza regala fútbol y no hay quien no lo acepte. Las declaraciones y la relación con la prensa, el trato al público propio y ajeno, también están encauzados a profundizar el espectáculo dado sobre el césped.
En el básquet las cosas no son muy diferentes. Actual campeón de Europa y Copa del Rey, Barcelona perdió sorpresivamente la pasada temporada la final de liga frente al Caja Laboral, equipo que este año sumó a nuestro Esteban Batista. Este año, que organiza la Final de Cuatro de la Euroliga, vio frustrado un trabajo de años al perder su encuentro directo con los griegos del Panathinaikos —el Madrid, paradójicamente, sí esta clasificado—. Aun en la derrota es de aplaudir la ejecución de lo planificado.
La antítesis del sueño hecho realidad llamado Barza es el Real Madrid del entrenador portugués José Mouriho, quien el año pasado obtuviera la Liga de Campeones con el Inter de Milán, eliminando en la semifinal al equipo de Cataluña. En aquella oportunidad, habiendo ganado de local 3 a 1, en el partido de vuelta instruyó a su equipo que jugara a no jugar. El insuficiente 1-0 a favor del Barza, según Mourinho, justificó el vergonzoso espectáculo y le abrió las puertas para negociar un contrato multianual con el Madrid. Este, con la gorda billetera que lo caracteriza, contrató al entrenador que se autoproclama el mejor del mundo. En el primer enfrentamiento directo con el Barza quedó claro quién es quién: Barcelona 5, Real Madrid 0. Que el Barcelona es un producto terminado y el Madrid uno en construcción, declaró el mejor del mundo. Y en el transcurso de la temporada, si alguien de sus filas discrepaba en algo con sus decisiones, me han traído para sacar a la institución de la inercia de no ganar, repitió una y otra vez llamando a silencio. También dejó de lado la cadena de mando interna para tratar las cosas directamente con el presidente de la institución.
Antes de empezar la serie de cuatro juegos, con la interna alineada a sus espaldas, Mourinho inició una serie de provocaciones hacia el entrenador rival y lo logrado por su equipo. Según él, los árbitros daban los triunfos al Barza, no su juego. También, por si alguien no lo tenía presente, recordó cada uno de sus títulos y, en especial, el último logrado con el Inter de Milán. Con el pasar de los partidos saltó de la provocación a la agresión verbal al colega y los jueces. A tal punto llevó la radicalización que se inició un enfrentamiento institucional y periodístico. El entrenador de la selección española ya teme por la relación entre los jugadores mundialistas. En la cancha, a pesar de la constelación de estrellas mundiales de su plantel, el juego desleal —que no considera la integridad física del rival— seguido de la victimización fue la constante. Una payasada. Los argumentos ofensivos fueron el centro a la olla, la loca patriada de uno contra todos, crear fouls cerca del área para patear tiros libres o pelotazos largos a ver qué pasa. Otra payasada. La posesión del balón en los juegos lo dice todo: 30/100 para su equipo y 70/100 para los que precisan ayuda arbitral para ganar.
Durante los dieciocho días en que se jugaron los cuatro partidos, en cada contacto con la prensa, usando los derechos adquiridos de estar al frente del equipo más ganador de la historia del fútbol, Mourinho se dedicó a construir una subjetividad que pretende obtener el beneficio de la duda arbitral y la complicidad de la prensa madrileña. Y lo logró. En el último partido, Carvalho, Marcelo y Adebayor debieron ser expulsados. La prensa de Madrid, sin embargo, habló de robo. Las consecuencias de sus acciones gangsteriles ya son palpables: problemas entre instituciones, radicalización y pauperización periodística con pérdida de objetividad, y el entrenador nacional español preocupado por la relación entre los nacionales de los dos cuadros grandes. El hiperlaureado deporte español no precisaba una oscura figura de estas características. Me imagino un mundo de Mourinhos y me tenso. Me imagino uno de Barzas y sonrío.
Que en los tres años de contrato que tiene va a ganar algo importante, no lo dudo. Al jugador que quiera se lo van a traer. Va a llevar al Real a que use, abuse e hipoteque su enorme peso político. Si es necesario va a profundizar su poco inteligente guerra mediática para intentar crear alguna división interna en el eterno rival —no creo que lo logre—. En la cancha, por diseño, cada vez que se enfrente al Barza su equipo va a seguir golpeando y victimizándose. Lo que sea necesario para ganar, sin importar si es por derecha o izquierda, lo va a hacer. El drama para el Madrid va a detonar cuando Mourinho ya no esté más. Jugadores fieles, billetera exigida, cadena de mando inexistente, prensa consecuente y el eterno rival, que de tanto inimaginable veneno ha desarrollado antídotos de esas características, igual que el sol tempranero esperan en el horizonte. Recién ahí van a poder medir, propios y extraños, las consecuencias de Napalm Mourinho.