Un ex compañero de equipo cuenta que en su adolescencia —mediados de la década del setenta— de tanto en tanto pasaba por una peluquería donde había un póster del saltarín Dr J (ídolo de Michael Jordan, fue el primer NBA en volar). Hipnotizado, lo miraba un rato y luego seguía. Una década después el videocasete nos permitió ver a otras estrellas profesionales, tan inalcanzables como las que vemos por la noche.
Hoy, casi finalizada la primera década del tercer milenio, todo ha cambiado: los avances tecnológicos en la comunicación hacen que el Mister Spock y su viaje intergaláctico no suenen a disparate futurístico, y el planeta básquet mira hacia el Río de la Plata intentando descifrar por qué aquí se desarrollan especímenes tales como Ginobili, Scola, Oberto, Nocioni y compañía. Son argentinos también los mejores árbitros —varios han sido contratados por la Euroliga— y los dirigentes top del continente —el ex presidente de la Confederación Argentina hoy preside FIBA América.
El milagro de la vecina orilla empezó en 1985, cuando el entrenador León Ñajnudel impulsó una liga nacional a imagen y semejanza de la española. No inventó nada. Sobre esa sólida estructura —no se resquebrajó ni cuando el gobierno central en diciembre del 2001 cambió cinco presidentes en una semana— los creativos fueron los dirigentes de los clubes, los entrenadores y los talentosos jugadores, marcando diferencias desde un inicio con el pasteurizado básquet europeo.
En nuestra costa la historia fue otra. El folklórico básquet uruguayo hasta la década del cincuenta vetaba a los jugadores de más de 1,90. A inicios de los setenta, si alguien pedía pase sin consentimiento de su club, lo condenaban a dos años de tribuna. En los ochenta y noventa existió la ley de oriundos, que solo permitía tres jugadores no formados en el club por plantel. Hasta el año pasado, para compensar, algunos jugaban en tres equipos en el mismo año.
Inventitos actuales son: Torneo Metropolitano para que jueguen figuras jóvenes, sin tener en cuenta el detalle de que los mejores estarán preparándose con las selecciones nacionales para cumplir con el calendario internacional. Liga Uruguaya (compiten más equipos que en la Lega Italiana), convertida en sus últimas ediciones en un torneo interplayas —las semifinales de la última edición fueron Biguá-Atenas y Defensor Sporting-Malvín—, que cambió su fracasada estrategia para incorporar al interior —un equipo que representara a cada departamento— por la de “el que quiera jugar (¡por favor, que alguien quiera!) puede tener tres extranjeros” —uno más que los de la capital—. De torneo nacional de ascenso para que nutra la principal liga, por ahora, nada.
La novedad de la Liga 2009, consecuencia lógica de la falta de criterio y planificación de sus autoridades, es la catarata de suspensiones, fijaciones, nuevas suspensiones y nuevas fijaciones de partidos, que se realizan el mismo día del juego. La única liga del mundo en que puede llegar a pasar algo similar debe ser la iraquí.
Uruguay hoy ocupa el lugar 29 del ranking FIBA, por debajo de la alejadísima Corea y el semidestruido Líbano. El número 1, por encima de Estados Unidos, España, Rusia y China, lo tiene Argentina. No estaría mal ir a ver cómo hicieron. Es una hora de barco. Capaz que en Internet hay información y en una de esas no es necesario seguir inventando. También podemos esperar a que las comunicaciones avancen un poco más. ¿O será que primero tendríamos que dejar de mirar el póster?